Fracaso escolar por trastornos del aprendizaje

Sin el diagnóstico adecuado, los afectados tienen muchas posibilidades de sufrir fracaso escolar, conductas adictivas e inestabilidad familiar y laboral
Por Clara Bassi 27 de septiembre de 2010
Img clase ninos

Los trastornos del aprendizaje en las aulas son más habituales de lo estimado, aunque tardan años en diagnosticarse e, incluso, llegan a pasar desapercibidos. Un informe elaborado por neurólogos y educadores españoles ha desvelado la importancia de detectar de manera precoz estos problemas, que pueden abocar al fracaso escolar y lastrar el futuro de los afectados. Para ello, es necesario tender puentes entre los expertos en neurociencia, el mundo educativo y las familias, entre otros sectores sociales. La propuesta para que acaben sus estudios es flexibilizar las metodologías de enseñanza que se utilizan en las escuelas.

Imagen: D. Sharon Pruitt

Un niño se distrae continuamente, es incapaz de prestar atención, se muestra muy inquieto en el aula y se olvida de hacer los deberes en casa: padece un trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Otro compañero de clase tiene problemas para aprender a leer de forma fluida: lee con pausas, invierte las sílabas, e incluso se inventa palabras y comete muchas faltas de ortografía. Sufre dislexia.

Éste es el panorama al que se enfrentan numerosos maestros de escuela en su quehacer cotidiano, ya que entre 2 y 10 alumnos de una clase de 25 padecen estos u otros trastornos del aprendizaje. Son desórdenes que afectan a entre el 3% y el 8% de la población en edad escolar y a entre el 3% y el 4% de la población adulta. Estas cifras significan que, en el conjunto de España, de los 7.000.000 de menores que están escolarizados, entre 385.000 y 1.000.000 padecen un trastorno de este tipo. El TDAH y la dislexia, solos o asociados, son los más frecuentes, representan en torno al 70% de estos desórdenes.

La dislexia afecta a entre el 5% y el 15% de los escolares, el TDAH a entre el 3% y el 8%, la discalculia (acalculia o dificultades en el aprendizaje de las matemáticas) a entre un 1% y un 3%, el trastorno del desarrollo del lenguaje a entre un 2% y un 4% y, en el caso del trastorno de aprendizaje no verbal (TANV), no hay datos disponibles.

Aunque se detecten las primeras dificultades en la infancia, no es hasta pasados algunos años cuando el diagnóstico se confirma

Estas cifras se recogen en el cuarto informe Faros «El Aprendizaje en la Infancia y la adolescencia. Claves para evitar el fracaso escolar», elaborado por profesionales y de neurología del Hospital Sant Joan de Déu, de Barcelona. Anna Sans, neuróloga infantil del centro, ha coordinado el estudio, en el que también han participado expertos en educación, como el profesor Enric Roca, doctor en Psicopedagogía de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona y coordinador de la plataforma Edu21, y Jordi Carmona, director de la Escuela Garbí, de Esplugues de Llobregat (Barcelona).

A menudo, quienes padecen estos trastornos y no se les ha diagnosticado ni tratado están abocados al temido fracaso escolar, cifrado en un 30% del alumnado de la enseñanza obligatoria, el doble de la media europea. «Tienen una importante repercusión en la vida de estos niños. De los TDAH, acaban los estudios el 68% y sólo consiguen acceder a los estudios superiores el 21%», precisa Sans. Esto se debe a que los malos resultados escolares conducen a una merma de la autoestima, a un menor esfuerzo y al desánimo, un círculo vicioso muy difícil de romper para los afectados.

Un diagnóstico que tarda

No hay duda de que hay una base genética o neurobiológica de estos trastornos. Los primeros estudios cognitivos para averiguar si un niño padece alguno de estos problemas podrían empezar a realizarse en primero de primaria, informa López. Sin embargo, aunque a esta edad se detecten las primeras dificultades de los alumnos, no es hasta pasados algunos años cuando se confirma el diagnóstico de un trastorno del aprendizaje. Es más, hay casos en que esta confirmación no se obtiene hasta que el niño cumple 15 años o hasta la etapa adulta.

«El diagnóstico puede tardar años e, incluso, detectarse de adultos en personas que los padecieron de pequeños y a quienes no se les diagnosticaron. Casi todos estos trastornos son hereditarios. Éste es el caso del TDAH y la dislexia. Los adultos a quienes se les diagnostican sufren por si sus hijos los padecerán o no», explica López. Por su parte, Sans subraya que ahora estos trastornos no son más frecuentes que antes, sino que se diagnostican más, porque la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años.

Pero el infradiagnóstico aún es elevado y hay más trastornos del aprendizaje sin diagnosticar que casos conocidos. Cuando esto ocurre, los afectados tienen un alto riesgo de fracaso escolar y, en el caso de los TDAH, de caer en conductas adictivas, así como de sufrir inestabilidad familiar y laboral.

Base neurobiológica

Los conocimientos científicos actuales han revelado que no se puede tildar de «gandules» a estos niños, sino que es preciso buscar las causas de por qué no se esfuerzan y por qué no están motivados. Hoy se sabe que en la mayoría de los casos estas causas son de base genética y neurobiológica. Prueba de ello es que, en una muestra de 2.000 niños, sólo en el 8% no se halló ninguna base neurobiológica al trastorno del aprendizaje que padecían, al 92% restante se le pudo diagnosticar un trastorno específico.

Según detalla Anna López, neuropsicóloga de la Unidad de Trastornos del Aprendizaje Escolar del mismo hospital, el TDAH se relaciona con una disfunción en el lóbulo frontal, mientras que la dislexia se corresponde con una en el hemisferio izquierdo en su parte posterior, el trastorno específico del desarrollo del lenguaje con problemas en el hemisferio izquierdo -en las áreas perisilvianas-, la discalculia tiene su base en el lóbulo parietal bilateral y, en el caso del TANV, aunque no está tan claro, se barajan dos hipótesis: por un lado, que su origen esté en el hemisferio derecho, y por otro, en las áreas posteriores bilaterales.

DEBERES PARA EL SISTEMA EDUCATIVO

Los niños con TDAH, dislexia u otro trastorno del aprendizaje merecen una atención diferente. La escuela debe adaptarse para poder flexibilizar los diseños curriculares, para atender a la diversidad de alumnos que acuden a sus aulas. Los escolares afectados necesitan que se adapten los procedimientos educativos -y no los contenidos- para poder con los estudios y no caer en el fracaso escolar, según los autores del Informe Faros. El sistema imperante hasta ahora, basado en un aula de 25 alumnos, donde todos atienden a la misma materia, con la misma metodología y a la misma hora, es obsoleto y debe superarse para permitir que estos niños completen sus estudios, según la visión de los expertos en educación, Enric Roca y Jordi Carmona.

La coordinación entre los expertos en neurociencia que conocen bien estos trastornos, el sistema educativo y las familias es esencial para conseguir dar un vuelco a esta situación. Los neurólogos que han realizado este último informe ya han lanzado algunas propuestas claras en el caso de los niños con los dos trastornos mayoritarios, como el TDAH y la dislexia. Los alumnos con un TDAH, a menudo, suspenden porque no consiguen finalizar un examen largo, con muchas preguntas, se equivocan en la fecha de entrega de un trabajo o se llevan a casa un libro diferente al que necesitaban para preparar ese examen.

Para contrarrestar estas dificultades del día a día, los autores del informe proponen realizar de forma fraccionada los exámenes a estos niños o asegurarse de que han apuntado bien los deberes que se les han encargado para casa. Según especifica Anna López, estos niños deberían sentarse en las primeras filas, para que presten más atención, en ellos el refuerzo da mejor resultado que el castigo. En líneas generales, requieren de una supervisión más cercana.

En cambio, los afectados por dislexia necesitan estrategias compensatorias para poder aprender los mismos contenidos que sus compañeros. Los neurólogos proponen que no se les haga leer en público, para evitar sentirse en ridículo, que se les reduzca el temario de los estudios, se les ofrezca más tiempo para los exámenes, puesto que les cuesta más leer que al resto, se les dé la posibilidad de examinarse de forma oral en lugar de por vía escrita, ya que deben realizar un gran esfuerzo para escribir, así como aplicar un baremo diferente para evaluar su ortografía, detalla López.

“Debemos adaptar las aulas para conseguir niños felices, que tengan un grupo de referencia, motivados para aprender y para que su trastorno del aprendizaje no sea un obstáculo para su futuro profesional”, sentencia la neuropsicóloga.

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