La Historia en los huesos

El estudio de la evolución de las enfermedades es un asunto fundamental para los investigadores
Por EROSKI Consumer 17 de marzo de 2002

Al médico clínico -y no digamos al paciente- le puede importar un bledo la historia natural de la enfermedad concreta con la que se enfrentan. El enfermo quiere, con razón, ser curado lo más rápidamente posible. El médico, por su parte, se enfrenta a un problema concreto, el mal del ser humano que tiene a su cuidado, ante el que debe demostrar lo mejor de su saber para intentar poner remedio. Para ellos, por lo tanto, saber dónde, cómo y por qué surgió esa situación patológica en la historia de la evolución humana resulta un asunto de escaso interés.

Sin embargo, muy distintos especialistas se interesan por la historia natural de las enfermedades. El asunto preocupa a los antropólogos: ¿cómo interviene la falta de salud en los mecanismos evolutivos humanos? También los que analizan las poblaciones, los demógrafos, se preguntan por la incidencia de distintas situaciones patológicas sobre su tema de estudio. Los historiadores deben considerar la incidencia de, por ejemplo, las epidemias en los asuntos sociales. Y, sobre todo, aquellos que intentan luchar contra las enfermedades y estudian sus mecanismos quieren conocer todos los datos posibles sobre sus orígenes y desarrollo.

Tres campos paralelos de investigación, aparentemente muy distintos, ofrecen nuevas vías para presentar resultados. Por un lado, las cada vez más depuradas técnicas arqueológicas que permiten fechar con precisión un hueso viejo. La paleontología, el estudio de los fósiles, ofrece también sus herramientas. Y, en fin, la biología molecular, con su capacidad de análisis del ADN antiguo se ha convertido en el instrumento fundamental para tratar de entender la historia natural de las enfermedades.

Así, el esquema tradicional que contaba el origen de dos de las más graves, y mortales, enfermedades infecciosas humanas -la sífilis y la tuberculosis- ha cambiado mucho durante los últimos años. Resulta mucho más que posible que la sífilis ya estuviera en Europa antes de que Colón volviera de América y, por el contrario, es casi seguro que los indígenas americanos sufrieron tuberculosis antes de su contacto con los europeos.

Epidemia de sífilis

A partir del año 1500, justo cuando Colón acababa de volver de sus primeros viajes a América, aparece en Europa una devastadora epidemia de sífilis, «mal francés» para los españoles y «mal español» para el resto de los europeos. El patógeno «Treponema pallidum» había viajado como polizón en el cuerpo de algún marino de las carabelas que había gozado con alguna indígena y, que a su vez, no reprimió sus actividades sexuales al llegar a casa. Durante años, esta idea no había sufrido la más mínima contestación y las pruebas arqueológicas la sustentaban sin posibilidades de duda.

Los arqueólogos, desde los inicios de sus investigaciones, han encontrado huesos de indígenas americanos precolombinos que presentaban indudables signos de sífilis: muy delgados huesos de brazos y piernas y marcas características en el cráneo. Por otra parte, no se conocían esqueletos de europeos precolombinos con signos de sífilis.

La cosa cambió algo durante la década pasada. Distintos investigadores habían desenterrado alrededor de una docena de esqueletos en Irlanda e Inglaterra con signos de la enfermedad y que, presuntamente, correspondían a gentes fallecidas antes de los viajes de Colón. Pero algunas dudas sobre la datación exacta de los restos y la debilidad de las trazas de la sífilis, aparte del escaso número de muestras, no habían hecho tambalear la teoría colombina generalmente aceptada.

Las cosas han cambiado a partir del estudio del paleontólogo Anthea Boylston y sus colaboradores de la Universidad británica de Bradford publicado el año pasado. Han demostrado la existencia de una miniepidemia local en el nordeste de Inglaterra que tuvo lugar bastante antes del viaje colombino. Estos científicos analizaron 245 esqueletos de un cementerio que se usó entre 1319 y 1539. Encontraron tres casos indudables de sífilis y más de otros cien con trazas de la enfermedad. El análisis con radiocarbono del caso más claro de infección por «Treponema» demostró que el hombre se había muerto entre 1300 y 1450: antes de Colón en cualquier caso.

La culpa, de los bisontes

El problema estriba en el pequeño número de individuos infectados. Fue sólo un brote, una miniepidemia. Claro que todo puede tener explicación. Algunos científicos creen que los transportadores del microbio de América a Inglaterra, antes de Colón, fueron los vikingos. Éstos alcanzaron las costas de Canadá siglos antes que la expedición española y también visitaron -y asaltaron- las costas inglesas alrededor del año 1300, en la misma época en la que pudo surgir la miniepidemia demostrada en el cementerio de Hull.

La historia convencional de la tuberculosis se desarrolla, por el contrario, en el Viejo Continente. La infección humana surgió a partir de la enfermedad equivalente de las vacas y otros bovinos. Las personas se convirtieron en víctimas de «Mycobacterium tuberculosis» por la estrecha relación que establecieron con el ganado a partir de la domesticación. En América, por el contrario, los indígenas precolombinos no habían domesticado a los bóvidos, cuyo mejor representante es el bisonte, y en apariencia no padecían de tuberculosis. Cuando llegaron los europeos, se desató entre los indios una terrible epidemia de esta enfermedad que causó millones de muertos en pocos años: el sistema inmune de los indígenas no estaba preparado para luchar contra el nuevo patógeno.

La idea se tambaleó en 1994 cuando se demostró que una momia peruana, con más de mil años, sufrió tuberculosis. Así, la enfermedad estaba presente quinientos años antes de Colón. Entonces, la epidemia postcolombina se justifica, quizá mejor, por la sobrepoblación, mala alimentación y peores condiciones sanitarias que por una definitiva falta de defensas inmunes.

Pero ¿de dónde provenía el microbio? Lo más probable es que de los bisontes. Un estudio, controvertido por las dudas metodológicas que acompañan siempre al análisis de ADN antiguos, demuestra que un bisonte de hace 17.000 años estaba infectado por «Mycobacterium».

La conclusión parece evidente. Los indios americanos no sufrieron demasiado de tuberculosis porque su relación con los bisontes era escasa. Se limitaban a comerlos cuando los cazaban. Por ejemplo, no bebían leche de bisonte y la leche ha sido la mejor vía de contagio a humanos.

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