La malaria o paludismo sigue amenazando al 40% de la población mundial. Su parásito, transmitido por el mosquito «Anopheles», infecta a más de 500 millones de personas cada año y causa la muerte de más de un millón. El África subsahariana soporta la mayor carga de la enfermedad, que hoy celebra su Día Mundial, pero también afecta a Asia, América Latina, Oriente Medio e incluso a partes de Europa. La mayoría de las muertes por malaria se producen en niños y niñas menores de cinco años, que junto con las mujeres embarazadas, son los grupos de población más vulnerables.
«Actualmente, en 109 países la malaria es una enfermedad endémica lo que les obliga a destinar gran parte de los escasos recursos de que disponen a combatir esta enfermedad, lo que reduce su capacidad de desarrollo y empobrece aún más. Por ejemplo, en África este gasto corresponde al 40% del total invertido en salud», afirma Medicusmundi.
La ONG reconoce que pese a que la comunidad internacional se ha movilizado para luchar contra la malaria, los compromisos adquiridos en la Asamblea Mundial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2005 «no se han cumplido».
Entre estos compromisos figuran reducir los casos de malaria y mortalidad por su causa en un 50% antes de 2010 y al menos un 75% antes de 2015; lograr un 80% de cobertura y uso de las intervenciones preventivas y curativas para la población para 2010, y conseguir cumplir el Objetivo de Desarrollo del Milenio relativo a esta enfermedad.
El ejemplo de Zambia
Sin embargo, en algunos países se han registrado avances significativos. Así, por ejemplo, Zambia ha logrado reducir la mortalidad por malaria en un 66%. «Se trata de un logro notable que constituye un homenaje al arduo trabajo y al compromiso del Ministerio de Salud de Zambia y de sus asociados en la lucha contra el paludismo», declaró Luis Gomes Sambo, director regional de la OMS para África.
Este éxito ha sido posible gracias al reparto de 3,6 millones de mosquiteros insecticidas de larga duración, entre 2006 y 2008. Durante este periodo, la mortalidad por malaria descendió un 47%, y las encuestas realizadas a escala nacional indican que la prevalencia del parásito bajó un 53%, mientras que el porcentaje de niños y niñas con anemia grave se redujo en un 68%. La mayoría de los casos pediátricos de anemia moderada o grave se deben al paludismo.
La OMS se muestra confiada en que en los países con transmisión moderada o baja de la enfermedad se podrá lograr una reducción de la mortalidad superior al 75% antes del año 2015.
Actualmente existen herramientas eficaces para luchar contra la enfermedad: pruebas de diagnóstico rápido y terapias combinadas con artemisinina (TCA). Sin embargo, sólo una pequeña proporción de los enfermos tiene acceso al diagnóstico y al tratamiento que necesitan. “La mayoría sólo recibe medicamentos obsoletos e ineficaces o ninguno”, denuncia Médicos Sin Fronteras (MSF). Según un informe de esta organización a partir de su experiencia en Sierra Leona, Chad y Malí, las barreras económicas y geográficas son los principales obstáculos para que los enfermos reciban una medicación adecuada.
“Desde hace más de cinco años hay tratamientos eficaces contra la malaria, las terapias combinadas con artemisinina, un derivado de la planta de la artemisia que se combina con otro antimalárico”, explica la ONG. Los medicamentos que combinan estos dos componentes en un solo comprimido facilitan la toma del tratamiento por parte de los pacientes. “Es imprescindible por ello que se priorice el uso de este tipo de medicamentos para asegurar un buen resultado”, dice MSF. Aunque la toma por separado es en teoría eficaz, en la práctica muchos enfermos no siguen el tratamiento de forma adecuada, aumentando el riesgo de aparición de resistencias.
“Ahora mismo, las terapias combinadas con artemisinina son el último recurso que tenemos contra la malaria. Si se desarrollaran resistencias afrontaríamos una situación catastrófica”, explica la doctora Nines Lima, referente técnico de MSF España para malaria. “Aunque de momento no existen resistencias a las TCA, en el sureste de Asia, donde empezaron a detectarse las resistencias a anteriores antimaláricos como la cloroquina, la mefloquina y la sulfadoxina-pirimetamina, ya estamos viendo que se necesita más tiempo para que los medicamentos eliminen el parásito”, añade.
En el pasado, en las regiones con alta prevalencia de la enfermedad, todas las personas con fiebre eran directamente consideradas como enfermas de malaria. Hoy existen pruebas de diagnóstico rápido que permiten saber si una persona está infectada en 15 minutos y con sólo una gota de sangre. Un aumento del uso de las pruebas de diagnóstico rápido permitiría reservar la medicación para la malaria sólo para los casos confirmados, y asegurar que se busca la causa real de la fiebre en los otros, afirma MSF.
“Los enfermos de malaria deben ser diagnosticados con pruebas al microscopio o con pruebas de diagnóstico rápido, que son muy útiles en entornos remotos. Hay que dejar de tratar con antipalúdicos a todas las personas que tienen fiebre en las zonas donde la malaria es endémica. Si tratamos a personas que no lo necesitan, no estamos atacando la verdadera causa de esa fiebre y además podemos aumentar la posibilidad de que aparezcan resistencias a estos medicamentos”, apuntó la doctora Lima.