No dormir bien la siesta puede acarrear alteraciones digestivas, trastornos en el sueño y cefaleas

Los médicos recomiendan esperar una hora después de la comida y hacer unos ejercicios previos
Por EROSKI Consumer 14 de agosto de 2002

La siesta es una costumbre típica de los climas cálidos y que, junto a la dieta mediterránea, conforma un estilo de vivir que empieza a ser estudiado en el mundo de la medicina. Se define la siesta como un periodo de descanso, de duración limitada, que se produce a primera hora de la tarde (entre las 13 y 15 horas), normalmente después de la comida, y que interrumpe la actividad diaria. En los últimos años, han surgido algunos estudios que defienden los efectos beneficiosos de esta práctica que, sin embargo, puede ser perjudicial si no se realiza de forma correcta.

«Los efectos de la siesta pueden convertirse en un verdadero arma de doble filo puesto que encierra tantas ventajas positivas para el organismo -válvula de escape a la tensión, estrés o fuente de recarga de energía- como efectos perjudiciales si no se realiza de manera correcta». Así lo advierte Manuel Romero, Jefe del Servicio de Neurología del Hospital Clínico de Málaga.

Y es que una mala siesta puede provocar alteraciones digestivas, trastornos en el sueño o incluso cefaleas, «aunque evidentemente estos efectos dependen de cada persona, de su situación y de su organismo», añade Romero.

Para que esto no ocurra y la siesta sea símbolo de descanso, el doctor Manuel Lara, médico de cabecera y director del Centro de Salud Jesús Cautivo, da a sus pacientes una serie de recomendaciones: esperar un mínimo de una hora desde que se termina de comer para emprender la siesta -«acostarse después del último bocado es precisamente lo que puede provocar las alteraciones digestivas», afirma -, incluso se debe andar un poco y ejercitar los músculos previamente. «Tampoco es aconsejable dormir después de las 18:30 horas porque el organismo altera el horario normal de sueño», agrega.

En relación a la postura, ésta puede ser todo lo cómoda que se desee pero a ser posible recostado, porque en otra posición puede interferir en la digestión. Otro punto importante es que la persona se pueda permitir echarse la siesta: «Si después de dormir debe estar activo al cien por cien para realizar alguna actividad, el cuerpo tiene que recuperar el ritmo perdido, por ello no es aconsejable para todos», explica Lara. Para personas con insomnio, hipertensión o problemas cardiovasculares también suele vetarse este hábito.

En cuanto a las repercusiones y tiempo de la siesta, varían en función de la edad, de hecho el ritmo de sueño se modifica a lo largo de nuestra vida. Los bebés duermen más porque eso les permite activar determinadas funciones hormonales. Los adultos necesitan menos tiempo porque tienen otras ocupaciones en mente, y los ancianos son los que menos duermen porque sus fases de sueño están más fragmentadas.

Salud emocional

Al margen de sus indicaciones o contraindicaciones, lo cierto es que un 9% de la población española acostumbra a echarse una cabezadita después de comer, según un estudio de la revista «Neurology» que mencionábamos ayer y que nos sitúa por debajo de alemanes (22%), italianos (16%) o británicos (15%), a la hora de cuidar «la cultura de la siesta».

Multitud de especialistas del sueño alaban los resultados que brinda este hábito: además de liberar el estrés o el nerviosismo acumulado durante el día, recarga el organismo, aumenta la creatividad así como el nivel de alerta, evitando posibles accidentes laborales o al volante. Incluso existen estudios de la Universidad de Harvard (EE.UU.) que concluyen que la siesta es positiva para el aprendizaje.

Sus beneficios están tan empíricamente demostrados que cada vez son más las empresas que permiten descansos a sus trabajadores en la sobremesa para que estos se traduzcan en una aumento de la productividad. «La siesta mejora el ánimo del trabajador y su capacidad para resolver problemas», apunta Belén Carnero, psicóloga de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico Universitario.

Carnero intenta simplificar la razón: «El sueño somete al cuerpo a un estado de relajación en el que todas las constantes vitales merman su actividad. Se produce un descanso tanto físico como psíquico que necesariamente va a influir positivamente en el estado anímico y físico de la persona. Por ello sus ventajas son emocionales y funcionales», expone.

«La siesta puede concebirse -prosigue- como una parada a mitad del día que nos sirve de alguna forma para asimilar todos los sentimientos, sensaciones y esfuerzos realizados hasta el mediodía. Así, es muy satisfactorio porque si se realiza esta actividad de forma cotidiana, es un tiempo que te dedicas a ti mismo, enriqueciendo tu salud emocional».

Los bebés, los niños, adultos y ancianos pueden beneficiarse de este estado gratificante que les relaja y anima. «Sólo hay que respetar el tiempo de sueño y de digestión», añade Carnero.

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