Entrevista

«Aún es pronto para saber si la inmunidad tras superar la COVID-19 es permanente o temporal»

Manuel Viso, jefe del Servicio de Hematología en el Hospital San Rafael de A Coruña
Por Laura Caorsi 17 de abril de 2020
Manuel viso
Imagen: Chema Ríos

Tiene un currículum tan extenso que hace falta preguntarle cómo prefiere que le presenten. “Soy hematólogo”, dice, pero el resumen es demasiado breve. Manuel Viso es médico —graduado con matrícula de honor— y actualmente jefe del Servicio de Hematología en el Hospital San Rafael de A Coruña. En los últimos años ha cursado cinco másteres; entre ellos, uno en Dirección Médica y Gestión Sanitaria (Instituto de Salud Carlos III), uno en Farmacología, Nutrición y Suplementación Deportiva (Universidad de Barcelona) y otro en Gerontología (Universidad de A Coruña). Conferenciante y buen comunicador, desde 2015 está al frente de un exitoso programa de radio dedicado a la salud por el que recibió, en 2018, el Premio Nacional de Medicina Siglo XXI en la categoría de divulgación. En esta entrevista, le planteamos las principales dudas acerca de la actual pandemia.

¿Por qué este virus afecta tanto a las personas mayores? ¿Perdemos defensas con el paso de los años?

Las personas mayores tienen, prevalentemente, enfermedades crónicas (cardíacas, renales, hepáticas, diabetes, etc.) que pueden descompensarse en mayor medida ante cualquier proceso infeccioso, sea vírico o bacteriano. Además, como bien dices, las personas que superan los 60-70 años tienen un sistema inmunitario progresivamente envejecido, lo que se llama inmunosenescencia. Esta situación de progresiva precariedad defensiva conlleva que la capacidad de respuesta inmunitaria no funcione adecuadamente (en rapidez, cantidad y calidad) frente a cualquier microorganismo invasor. Por otra parte, y a tenor de lo que dicen algunos estudios, este grupo de edad suele desarrollar una mayor respuesta inflamatoria pulmonar que, de forma aguda, y a veces en cuestión de pocas horas, provoca un cuadro de insuficiencia aguda severa que aboca a la muerte del paciente.

¿La COVID-19 afecta solo a los pulmones o repercute de algún otro modo en nuestro organismo?

De la llamada «neumonía de Wuhan», con un cuadro clínico típicamente respiratorio salvo excepciones, hemos pasado a una sintomatología muy variada donde otros órganos se pueden ver afectados. Eso implica que la forma en que debemos abordar la enfermedad ha cambiado y debe seguir cambiando. Hemos pasado de verla como un esquema clínico típicamente viral a una situación de autoinmunidad que desencadena una respuesta inflamatoria exagerada en varios órganos de nuestro cuerpo, principalmente en los pacientes críticos. Estamos viendo cuadros muy diversos y de extrema gravedad que abarcan desde el ya conocido daño pulmonar hasta daño cardíaco en forma de miocarditis, daño hepatorrenal (incluso fracaso hepático o renal con necesidad de diálisis), ictus o fenómenos trombóticos e isquémicos.

¿Por qué sucede esto?

Aún no tenemos claro por qué. El virus SARS-CoV-2 provoca un cuadro inicial generalmente leve que, en algunos pacientes, evoluciona a un cuadro de hiperactivación autoinmune. Este cuadro es el que realmente puede acabar matando al paciente a través de la llamada «tormenta de citoquinas», que origina una respuesta inmunológica sistémica descontrolada. Esa respuesta descontrolada genera un severísimo cuadro clínico basado en tres pilares clave: el síndrome de distrés respiratorio agudo, la coagulación intravascular diseminada y un fallo multiorgánico.

Últimamente se habla de lesiones dermatológicas en los pies, sobre todo, de los niños, como un posible síntoma de la COVID-19. ¿Qué son estas lesiones?

Por ahora hay muy poca información científica sobre este tema; no obstante, ya se habían reportado algunos casos en China, Italia y Francia. El abanico de lesiones es muy variado: se han documentado desde casos de leves erupciones cutáneas o urticariformes hasta fenómenos vasculíticos y microtrombóticos, pasando por lesiones vesiculosas y petequias (microhemorragias subcutáneas), que afectan principalmente a los pies y, en ocasiones, a las manos o al tronco. En muchos casos recuerda a los sabañones, a las lesiones de la varicela o del sarampión, y son más frecuentes en niños y adolescentes.

¿Tenemos que preocuparnos?

Por ahora, y a falta de estudios como el que se acaba de poner en marcha en España (estudio COVID-piel), parece que son lesiones que no deben preocuparnos por su gravedad, pero sí ponernos en la pista de que podemos estar ante un posible paciente con COVID-19. Por otro lado, en algunos casos graves, en adultos, se han visto trastornos de coagulación con expresividad trombótica y acroisquemia que se manifiestan con cianosis en los dedos de los pies y que pueden ser la antesala de una posterior gangrena.

En estos días hemos oído que seguir una dieta rica en alimentos alcalinos (como espinacas, aguacates o pepinos) podría ser eficaz para tratar el coronavirus. ¿Qué opina acerca de esto?

Aquí vamos a ser tajantes y decir que no existe evidencia científica alguna que nos demuestre que hay una dieta o un alimento concreto que tenga acción preventiva o curativa sobre la enfermedad desencadenada por SARS-CoV-2. Las dietas o alimentos supuestamente alcalinizantes se encuentran dentro de este grupo de tratamientos completamente ineficaces para combatir la enfermedad COVID-19.

Dice usted «supuestamente alcalinizantes». ¿Esto significa que los alimentos no pueden alcalinizar nuestro organismo? 

No existe alimento alguno que tenga tal capacidad. Sí podemos decir que algunos alimentos tienen en sí mismos, por su composición, un pH más ácido y otros un pH más básico. Dicho esto, no podemos decir que un alimento o una dieta acidifica o alcaliniza el cuerpo, porque nuestro pH es prácticamente inmodificable gracias a los mecanismos de los que dispone nuestro organismo para controlarlo. Únicamente situaciones de extrema gravedad, como una septicemia, los grandes quemados, la insuficiencia renal severa o las cetosis graves pueden modificar las condiciones del pH.

¿Es posible cambiar el pH de la sangre? 

Como dije anteriormente, solo situaciones patológicas graves lo pueden modificar. El control del pH del organismo está regulado por un equipo de gladiadores muy potentes, eficientes y con una rápida capacidad de respuesta, que además nos vienen de serie, como son los riñones, los pulmones, la sudoración y la transpiración cutánea y los sistemas tampón. Entre estos últimos tenemos el bicarbonato, el amoníaco, las proteínas, los fosfatos, etc . Todos ellos, y cuando las condiciones así lo requieran, se ponen a funcionar de inmediato y en perfecta coordinación para que el equilibrio ácido-base de nuestro cuerpo se mantenga muy estable e invariable o únicamente sufra modificaciones casi imperceptibles e intrascendentes para conservar el buen funcionamiento de nuestro organismo.

También se ha dicho, a cuenta de un reciente artículo publicado en The British Medical Journal, que cuanto menor es nivel de colesterol en sangre, mayor es la agresividad del coronavirus. ¿Esto es así o hay que matizar?

Hay que aclarar que son estudios observacionales, algunos en animales, y no ensayos clínicos, por lo que las conclusiones hay que tomarlas con cierto escepticismo. El estudio correlaciona el colesterol-LDL (curiosamente, los valores bajos del «colesterol malo») con la capacidad del sistema inmune para inactivar microorganismos. Por ahora, y a falta de estudios más concluyentes, lo adecuado y coherente es ser prudentes a la hora de dar como cierto algo que parece mera observación. Como decimos en muchas ocasiones, una correlación entre dos eventos no tiene que implicar causalidad entre los mismos.

Menciona el sistema inmune. ¿Qué hace falta para que nuestro cuerpo pueda defenderse adecuadamente?

Aún falta mucho por conocer de la fisiopatología y de la respuesta inmunitaria de la infección COVID-19. Lo que sí parece bastante claro es que algunos pacientes, especialmente los de edades avanzadas, tienen una especial predisposición a desarrollar la respuesta inmunológica exagerada que comentábamos. Por otra parte, sabemos que se genera un estado de inmunidad post-infección, pero aún es pronto para conocer si esa inmunidad es permanente o temporal. Descifrar esto último es primordial para poder, entre otras cosas, desconfinar a la población sin correr excesivos riesgos de padecer una segunda curva de contagios.

¿Hay avances en este sentido?

Se están desarrollando ensayos clínicos para evaluar si la administración de plasma de pacientes que han superado la enfermedad puede generar, de forma eficiente, inmunoglobulinas anti-COVID-19 y así poder controlar la invasión del microorganismo.

¿Qué es la inmunidad de grupo?

Esta es una de las estrategias por la que han optado algunos países para intentar combatir la infección por SARS-CoV-2 y que, finalmente, se han vuelto atrás viendo que es peligrosa: supone un alto número de contagios y, por ende, un elevado porcentaje de enfermos graves que colapsarían el sistema hospitalario y, obviamente, una mayor mortalidad.

Pero ¿cómo funciona? ¿En qué se sustenta, más allá de estos riesgos?

Con la inmunidad de grupo o de rebaño se trata de esperar a que exista una cantidad de personas infectadas, muchas de las cuales desarrollarán inmunidad. Se estima que si el porcentaje de población inmunizada es superior al 60-65 %, se podría cortar la transmisión del virus y lograr que el brote desaparezca. Sin embargo, esto únicamente son estimaciones de epidemiólogos que, en mi opinión, se podrían ir al traste si, por ejemplo, el virus sufre modificaciones mutacionales que vulneren esta inmunidad.

Las personas inmunodeprimidas —por ejemplo, las que han recibido tratamiento oncológico o tienen algún tipo de leucemia— son especialmente vulnerables en esta pandemia. ¿Hay alguna indicación específica para ellas?

Cierto, son pacientes especialmente predispuestos a contraer la infección y que esta se desarrolle de una manera negativa. Debido a que no hay vacuna ni un tratamiento específico, la mejor manera de prevenir la COVID-19 es no exponerse al virus adoptando las medidas que se recomiendan para la población general pero, si cabe, extremándolas al máximo. Así, deben permanecer en casa todo el tiempo, minimizando el contacto con otras personas y únicamente salir para las consultas médicas o para administrar los tratamientos que sigan; manteniendo la distancia social, evitando tocarse la cara y portando mascarilla (mejor FFP2) y guantes. Todo ello acompañado de un lavado de manos ultrafrecuente con agua y jabón o, en su defecto, con soluciones hidroalcohólicas.

¿Hay alimentos o suplementos que puedan aumentar nuestras defensas?

No existe evidencia alguna de ello. Pero sí sabemos que una dieta saludable, la realización de ejercicio moderado de forma regular y un estado psicológico estable son muy importantes para evitar estados de carencia inmunitaria. Así, por ejemplo, está constatado que ciertas deficiencias nutricionales pueden generar respuestas inmunitarias más precarias. Por otra parte, la actividad física ha de ser moderada, puesto que tanto el ejercicio extenuante de larga duración como la ausencia de ejercicio influyen negativamente en nuestro sistema inmune, tanto a nivel de la respuesta celular como de la respuesta humoral (anticuerpos). Y lo mismo para las situaciones de estrés prolongado que son causa de diversas alteraciones inmunes, principalmente por el efecto que el propio estrés tiene sobre algunas hormonas inmunodepresoras, principalmente la adrenalina y el cortisol.

Estas son semanas especialmente exigentes para el personal sanitario. ¿Qué le preocupa más como médico?

Me preocupan bastantes cosas. En principio, mi familia, por el riesgo que puedo suponer yo. Aparte de ello, hay dos situaciones de mi trabajo diario que más ocupan mi cabeza: una, la gran cantidad de casos de COVID-19 graves y de muertes derivadas que se podían haber evitado si se hubiesen tomado otras decisiones; y dos, de cara al futuro, cómo se va hacer el desconfinamiento, principalmente de las personas de riesgo y de nuestros mayores. No podemos arriesgar a la inmunización natural a costa de aumentar la mortalidad, ni tampoco veo cerca una vacuna segura y eficaz.

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