Dieta, proteínas y riesgo cardiovascular

Expertos cardiólogos atribuyen a la proteína homocisteína, presente en alimentos como la carne, un factor de riesgo cardiovascular
Por Jordi Montaner 26 de mayo de 2005

Las proteínas de la carne, la leche o los huevos aportan hasta una veintena de aminoácidos distintos a la sangre, aminoácidos que toman parte en las funciones metabólicas en pro de la salud; una, sin embargo, ha sido vilipendiada por los cardiólogos de medio mundo y constituye un factor de riesgo cardiovascular independiente: la homocisteína.

La tentación de condenar el consumo de carne por su contribución a la enfermedad cardiovascular («matamos a las vacas, y ellas nos matan después a nosotros», decía un cardiólogo), como fuente natural de colesterol y de homocisteína, dos factores de riesgo independientes y modificables para isquemia coronaria, merece sublimarse tanto en cuanto supone también una fuente importante de proteínas y vitaminas. Además, en lo que a la homocisteína se refiere, la fuente más rica de ácido fólico, que es su principal antagonista, es ni más ni menos que una víscera de tan limitado consumo como el hígado.

La homocisteína fue descubierta en 1933 por Du Vigneaud y cols. Se trataba de un aminoácido sulfurado que con los años se vio que actúa en el organismo a modo de molécula aterogénica. Este aminoácido es producto del metabolismo de la metionina, otro aminoácido esencial aportado por las proteínas de alimentos tales como la carne, los huevos, los lácteos o el pescado.

Debido a una cultura de la alimentación no siempre basada en las demandas del propio organismo, si éstas prescriben sólo 0,9 g/día de metionina para las funciones que se precisa, el consumo medio de la población supera los 2g/día. El exceso de metionina se transforma en homocisteína mediande reacciones enzimáticas de trahnsmetilación y aquí empiezan los problemas.

Una enfermedad

Los nutricionistas recomiendan el consumo de cereales, vegetales y frutas en personas con altos niveles de homocisteína

La hiperhomocisteinemia se ha descrito como una enfermedad autosómica recesiva en la que una conjugación de factores genéticos y ambientales lleva a un individuo a presentar hasta 30 veces más homocisteína de lo normal. De no detectarse en la infancia, concentraciones tan elevadas de homocisteína pueden dar pie a un riesgo de trombosis arteriales y venosas que supera el 50% antes de los 30 años de edad.

Se ha descrito que las personas con demasiada homocisteína en la sangre tienen una menor capacidad de vasodilatación arterial. Por añadidura, más de 80 estudios, en su mayoría prospectivos y con más de 10 años de seguimiento, apoyan su condición de factor de riesgo cardiovascular. El deterioro de las funciones de las células endoteliales, la proliferación de células del músculo liso, trombogénesis u oxidación de lipoproteínas de baja densidad son algunos de los fenómenos que relacionan la homocisteína con la enfermedad cardiovascular.

Clínicamente, las concentraciones plasmáticas de homocisteína, medidas en ayuno, tienen su listón de normalidad entre los cinco y los 15 micromoles por litro. Se clasifican como valores elevados moderados los del rango 16-30, intermedios los de 31-100 y graves los superiores a 100. Dichos valores suelen ser mayores en hombres que en mujeres, y se incrementan con la edad o el consumo de tabaco. Además del consumo de fuentes proteicas en la dieta, la concomitancia de enfermedades como la disfunción renal, hipotiroidismo, lupus eritematoso sistémico, neoplasmas malignos, psoriasis y los trasplantes de órganos suelen elevar espontáneamente las concentraciones de homocisteína, al igual que sucede con diversos medicamentos basados en el ácido nicotínico, carbamazepina, colestipol, diuréticos tiazídicos, fenitoína, fenofibrato, metotrexato o teofilina, entre otros.

Existen numerosas evidencias que demuestran que los pacientes con enfermedades cardiovasculares ven duplicada, aproximadamente, su mortalidad por cada aumento anormal de 5 micromoles por litro en sus niveles de homocisteína. En cambio, no se ha demostrado que un descenso en los niveles de homocisteína revierta dicha situación de riesgo. Las sociedades médicas no aconsejan cribar toda la población en busca de individuos con hiperhomocisteinemia, sino circunscribirse sólo a los grupos de riesgo cardiovascular.

Algunos estudios certifican también que las mujeres posmenopáusicas con niveles elevados de homocisteína presentan una mayor incidencia de enfermedad cardiovascular, sospechándose que los efectos de un nivel demasiado elevado de homocisteína pueden repercutir en otras áreas como la diabetes o el deterioro cognitivo, estando en curso diversas investigaciones para poder evaluar esta situación.

Un riesgo modificable

Si no se tiene constancia de que la disminución de homocisteína contrarreste el riesgo cardiovascular, sí hay datos que avalan que su antagonismo con vitaminas del grupo B previenen el efecto deletéreo de dicho aminoácido. Los expertos en nutrición recomiendan que las personas que posean cifras de homocisteína superiores a los 10 micromoles por litro consuman más alimentos con estas vitaminas, entre los que se incluyen los cereales fortificados, vegetales de hojas verdes, frutas, legumbres y, sobre todo, hígado. Si bastarían 400 µg/día de ácido fólico para garantizar un buen control de la homocisteína circulante, sólo 100 g de hígado de pollo aportan ya 1.385 µg.

La suplementación multivitamínica con preparados, para quienes tengan alguna contraindicación en el consumo de los alimentos citados, contempla dosis diarias que pueden variar entre 0,2 y 15 mg de ácido fólico, 3-250 mg de vitamina B6 y 0,05-1 mg de vitamina B12.

CIENCIA ALIMENTARIA

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La «novela» en cuestión se llama The Homocysteine Revolution (la revolución de la homocisteína) y su autor la ha convertido en auténtico best-seller. Hace más de 30 años, un joven patólogo de la Universidad de Harvard quedó conmocionado por la muerte de un niño que había fallecido como consecuencia de una grave enfermedad arterial. Como único dato anómalo, su autopsia presentaba unos niveles sumamente elevados de un aminoácido conocido como homocisteína.

Cuando a Kilmer McCully se le ocurrió en 1969 afirmar que un producto metabólico de las proteínas de la carne podía desencadenar la enfermedad cardiovascular, todo se le puso en contra. La comunidad científica estadounidense le acusó de falta de rigor y llegó incluso a perder su empleo como investigador universitario. Transcurridas más de tres décadas, nadie duda ya de que lo que McCully vislumbró es un factor de riesgo en toda la regla y que, al menos un 5-7% de la población, presenta niveles de homocisteína demasiado elevados en su sangre. De hecho, los médicos atribuyen hoy a la homocisteína una fiabilidad en cuanto a marcador de riesgo superior incluso a la del colesterol.

En su libro The Homocysteine Revolution, McCully da cuenta del calvario en que acabó convertida su vida tras ese descubrimiento e incluye diversas reflexiones filosóficas sobre el papel de la ciencia en la cultura. Ya entrado el siglo XXI, Barret y cols. plantearon un homenaje al Dr. McCully en forma de un estudio comparativo sobre 131 enfermos con bloqueo en dos arterias coronarias; 88 cardiópatas con problemas de bloqueo moderado en una de las arterias coronarias y otro grupo de controles sanos. Los autores hallaron una relación lineal entre los niveles plasmáticos de homocisteína y la gravedad de los bloqueos arteriales.

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