Las dietas pobres en calorías se han venido asociando en los últimos años a una mayor longevidad. Así se ha visto en modelos experimentales con levaduras, gusanos y mamíferos. Pero nadie ha sido capaz de explicar si este fenómeno es casual o si existe un mecanismo que efectivamente vincule dieta y edad. El descubrimiento de un gen llamado SIRT1 podría ahora explicarlo.
La tradición popular siempre ha correlacionado a las personas delgadas con la posibilidad de vivir más años. No sólo eso: siempre se ha dicho que los que podían alcanzar mayor longevidad en el tiempo eran aquellos que podían «administrar» con mejor fortuna su dieta y mantenerse en una «delgadez suficiente» como para vivir. Dicho de otro modo, el menor gasto energético posible era el que aseguraba, según esta creencia, la posibilidad de vivir más tiempo.
La creencia, observada de generación en generación, tiene no obstante una base científica. Y esta se ha comprobado en multitud de organismos vivos empleados como modelo experimental. Se ha visto en levaduras, en el famoso gusano Caenorhabditis elegans, y en mamíferos como ratas y ratones experimentales. Modificaciones en su código genético han permitido, incluso, doblar su vida media. Eso sí, viviendo en estado semiletárgico, lo cual no parece demasiado interesante para ningún ser humano.
Cuestión de genes
Dos estudios independientes confirman por primera vez la relación entre genes, calorías y esperanza de vidaDos estudios independientes, uno publicado en Science por David Sinclair, de la Harvard Medical School, y otro en Nature por Leonard Guarante, del Massachusetts Institute of Technology, le acaban de dar la vuelta al calcetín. No es que hayan encontrado el mecanismo primario que liga dieta y edad, pero sí un punto por donde empezar, el gen SIRT1. Es la primera evidencia de que las dietas restrictivas en calorías pueden contribuir a extender la esperanza de vida.
De hecho, las investigaciones al primer cuarto del siglo XX, cuando de la mano del higienismo y de los primeros avances en biología molecular se observó que personas de una delgadez extrema, alimentadas durante largo tiempo con dietas hipocalóricas, conseguían vivir muchos más años. Siempre se había sostenido que un escaso consumo energético, ligado a una reducción del metabolismo basal y del estrés oxidativo, favorecían este fenómeno. El descubrimiento del gen SIR2 en levaduras y gusanos y su acción en su esperanza de vida, y posteriormente su ortólogo [equivalente] en mamíferos, el gen SIRT1, abrigó la esperanza de la existencia de un mecanismo más regulado.
El equipo de Sinclair parece haber dado con lo que podría ser una de las primeras pistas de este mecanismo. Tras alimentar ratas de laboratorio con una dieta hipocalórica añadiendo insulina y factores de crecimiento, comprobó que el gen SIRT1 actúa sobre el ADN inhibiendo un factor que induce la muerte celular. Dicho de otro modo, la combinación de factores incrementa la vida media de las células, incluidas aquellas cuya reposición natural es limitada.
Por su parte, la investigación de Guarente evalúa los niveles de grasa y su relación con este mismo gen. El investigador sugiere que SIRT1 promueve la movilización de las grasas, de modo que actúa sobre los tejidos donde se acumulan provocando su consumo tras una dieta hipocalórica. En opinión de Guarente, la regulación de los mecanismos moleculares que rigen en los adipocitos (células grasas) podría ser «el primer paso» para convertir en sinónimos dietas hipocalóricas y altas expectativas de vida.
Tiempos de escasez
Los resultados obtenidos por estas dos investigaciones, junto con otras que se han venido publicando desde mediados de los años noventa, ponen de manifiesto algo así como un mecanismo de alarma que compensaría la escasez de alimentos o dietas con niveles excesivamente reducidos en contenido calórico.
Este mecanismo de alerta, para el que los dos trabajos dan con explicaciones complementarias, define al gen SIRT1 como el «coordinador de mecanismos de supervivencia y defensa» ante la restricción alimentaria. Del mismo modo, podría jugar un papel relevante para prolongar el tiempo de vida.
Pese a los hallazgos, sin embargo, los investigadores se muestran cautos. La mejor forma de mantener el cuerpo en condiciones, señalan, pasa por una alimentación adecuada y un estilo de vida saludable. La restricción calórica, añaden, obliga a un gasto mínimo de energía, lo cual es sinónimo de pérdida de actividad. De lo que se trata, si todas las investigaciones conducen al mismo punto, no es tanto de ganar años de vida sino que los que se ganen mantengan un nivel de calidad óptimo. La suma de años, por lógica biológica, conduce a enfermedades características del envejecimiento contra las que todavía nadie sabe si van a haber armas eficaces.