7 hábitos que hay que desterrar para mejorar la salud

Hay algunas costumbres que influyen de forma negativa en el estado de salud y en la calidad de vida
Por Montse Arboix 5 de junio de 2017
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Imagen: blackregis2

El ritmo de vida imperante en la sociedad actual lleva a algunas personas a adoptar estilos de vida poco saludables. Las costumbres nocivas, si se mantienen a lo largo del tiempo, pueden tener consecuencias en la salud y la calidad de vida futuras. No dormir lo suficiente, seguir una alimentación desequilibrada o un estilo de vida inactivo, entre otros, se asocian al desarrollo de determinadas enfermedades. A continuación, se aporta una lista con los siete hábitos perjudiciales más comunes que habría que desterrar para cuidar la salud.

Los hábitos de vida saludables repercuten de manera directa en la salud de las personas y en su calidad de vida como vienen esgrimiendo desde hace años los profesionales en este ámbito. Estén relacionados con la alimentación, el ejercicio físico o con el consumo de sustancias tóxicas, se ha demostrado que estas costumbres son clave en el desarrollo de patologías crónicas no transmisibles como la obesidad, las enfermedades cardiovasculares o el cáncer. A continuación, se apuntan algunos de los hábitos más comunes que pueden ser perjudiciales para la salud.

1. Vivir estresado

El estrés es un fenómeno fisiológico normal, la respuesta que emite un organismo ante estímulos percibidos como amenazantes. No es un aspecto nocivo, sino una respuesta adaptativa que prepara y ayuda a soportar situaciones exigentes y a reaccionar con rapidez frente a cualquier demanda del entorno. Pero si perdura en el tiempo, se produce una activación y ansiedad desmesurada, que provoca una incapacidad para centrarse con eficacia en las tareas.

El exceso de estrés y preocupaciones puede tener repercusiones serias en la esfera mental y física: insomnio, ansiedad, nerviosismo, taquicardia, palpitaciones, alteraciones digestivas, contracturas musculares, cefalea, alteraciones en la piel, ira, mal humor e, incluso, depresión.

2. Consumir comida rápida, snacks y demasiado azúcar

Fast food, snacks, alimentos procesados y golosinas, entre otros, forman parte de la alimentación habitual de muchas personas. Sin embargo, el exceso de grasas, azúcar y calorías que aporta tiene efectos perjudiciales muy conocidos.

El exceso de estrés y preocupaciones puede tener repercusiones serias en la esfera mental y física

La Organización Mundial de la Salud (OMS) asocia el exceso de azúcar como causa de la creciente incidencia de obesidad y diabetes tipo 2 en todo el mundo, además de caries dentales, hipertensión y hasta de algunos casos de cáncer.

Por otro lado, el exceso de grasas trans se relaciona de manera directa con el riesgo de enfermedades cardiovasculares, aún más si la ingesta de grasas saturadas también es alta. Su consumo continuado incrementa el nivel de colesterol LDL y disminuye el HDL (bueno).

También las raciones demasiado grandes o el exceso de calorías que conllevan este tipo de productos, junto con el gasto energético reducido por la vida sedentaria, inciden en el peso corporal.

3. Llevar una vida sedentaria

Tras el hábito tabáquico, el segundo factor de riesgo más importante para la salud es el sedentarismo, una de las principales causas de morbimortalidad. Llevar una vida inactiva provoca que el sistema musculoesquelético se debilite y aumenta la probabilidad de sufrir en el futuro artritis, artrosis y osteoporosis, además de obesidad y enfermedades cardiovasculares.

Permanecer sentado mucho tiempo (unas seis horas), sea por ocio o requerimiento laboral, se ha demostrado que disminuye la esperanza de vida en cinco años y duplica el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, obesidad y/o enfermedad cardiovascular, en comparación con quienes pasan menos horas sentados. Estas personas ven más televisión, practican menos ejercicio físico y tienen tendencia a comer más cantidad de comida y de peor calidad.

Así, incluir la práctica de ejercicio físico de manera regular (mínimo 30 minutos diarios) resulta de vital importancia, sobre todo en la infancia. Un estudio reciente publicado en Neurobiology of Aging apunta que, además de mantener a raya las patologías citadas, puede cambiar la estructura y el funcionamiento del cerebro, lo que ayuda a conservarlo saludable.

4. Dormir poco y mal

Durante el sueño, el cuerpo y la mente se regeneran: la conciencia queda suspendida -total o parcialmente- y las funciones orgánicas disminuyen. Cuando este proceso se trastorna de forma continua, provoca alteraciones en la capacidad de concentración, en la memoria y en el estado de ánimo: se está más distraído, más irascible y con la capacidad de atención disminuida, entre otros efectos.

Pero un descanso nocturno de mala calidad tiene más efectos. A nivel físico también origina cambios en la temperatura corporal, aumento de la frecuencia cardiaca, mayor secreción de cortisol (la denominada hormona del estrés) e incremento de los niveles de glucemia (azúcar en sangre). Además, una investigación reciente ha concluido que las personas que no duermen suficiente tienen mayor posibilidad de sufrir enfermedades físicas y trastornos mentales.

5. No protegerse del sol

Participar en la comunidad y entretenerse y gozar de la compañía de otras personas acercan a la felicidad

Lucir una piel bronceada está de moda, pero puede tener consecuencias peligrosas. Un exceso de sol, más sin la fotoprotección adecuada, produce envejecimiento prematuro, alergias, problemas oculares y quemaduras, además de aumentar el riesgo de desarrollar cáncer de piel.

En nuestro país se dan cada año 4.000 nuevos casos de melanoma, una cifra que no para de crecer, puesto que al año se detectan nueve casos más de este tipo de cáncer por cada 100.000 habitantes. Desde la Fundación Piel Sana de la Academia Española de Dermatología y Venereología insisten en que un 80% de estos tumores podrían reducirse con fotoprotección desde la infancia, ya que la inadecuada exposición al sol provoca daños acumulativos y duraderos en la piel.

6. Saltarse el desayuno

No son pocas las personas que se saltan una o dos comidas al día. Con la excusa de las prisas, la más olvidada es el desayuno. Sin embargo, es fundamental para empezar el día: no desayunar provoca un nivel inadecuado de nutrientes -sobre todo hidratos de carbono y proteínas- muy necesarios en las primeras horas del día para el buen funcionamiento del cerebro.

Cuando el ayuno nocturno se prolonga con la omisión del desayuno, el descenso gradual de los niveles de insulina y glucosa, entre otros, puede originar una respuesta de fatiga que podría interferir en aspectos de la función cognitiva. Esto tiene mucha importancia en el rendimiento académico de niños y adolescentes. Muchos no desayunan por falta de apetito y manifiestan mayor cansancio, sensación de sueño y dificultad para mantener la concentración y la atención en las tareas durante el horario lectivo.

7. Ser solitario

La soledad, sobre todo si no ha sido escogida, hace mella en la salud física y psíquica. Vivir sin compañía propicia malos hábitos de vida que inciden en el metabolismo y en el sistema nervioso. Sentirse solo provoca mayor riesgo de depresión y aumenta de forma clara el riesgo de sufrir pérdida progresiva de las funciones cognitivas.

Por el contrario, participar en la comunidad y entretenerse y gozar de la compañía de otras personas, sean familiares o amigos, acercan a la felicidad. Recientemente, según un estudio británico publicado en Proceedings of the Royal Society, la corteza prefrontal (parte del cerebro que se sitúa sobre los ojos) está más desarrollada cuanto mayor es el número de amigos con los que uno cuenta. Incluso reír es un hábito muy recomendable con efectos positivos en la esfera física y psicológica.

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