Las fresas son sinónimo de primavera. Evocan, junto a las flores, este preciso momento del año en el que los días son más cálidos y ofrecen más horas de luz. Pero no solo tienen cualidades poéticas. También encierran un secreto que ni la ciencia ni la tecnología han podido desvelar aún: su sabor, uno de los más difíciles de imitar. A diferencia de lo que ocurre con otros alimentos, como el limón, la naranja o el plátano, reproducir el gusto genuino de una fresa fresca y madura resulta prácticamente imposible. La primavera es la llave que abre el cofre de ese sabor inigualable y nuestra oportunidad de disfrutarlo en todo su esplendor. Conozcamos más de esta fruta: sus propiedades, variedades, cómo incluirla en la alimentación y qué consejos tener en cuenta para conservarla hasta su consumo.
Atractivas, fragantes y vistosas, las fresas están muy ligadas a los campos de nuestro país, en especial, a los de Huelva, que en sus más de 5.400 hectáreas de cultivo concentran alrededor del 95 % de la producción nacional. El resto se reparte en comarcas de provincias tan distintas como Barcelona, Lugo, Valencia, Mallorca, Gran Canaria, Asturias o Madrid, donde esta fruta también desempeña un destacado papel como embajadora turística. El Tren de la Fresa, que va de Madrid a Aranjuez, el Festival de la Fresa en Candamo (Asturias) o las múltiples opciones para conocer la llamada Costa de la Fresa, en Andalucía, son solo algunos ejemplos.
Pero, además de promover el turismo interno y de ser muy celosa de su esencia, la fresa reúne unas cuantas propiedades nutricionales y gastronómicas de interés. Estamos ante una fruta muy ligera que, en paralelo, es un concentrado de salud. En un cuenco con 100 gramos hay apenas 36 calorías, destacadas cantidades de agua, fibra dietética y ácido fólico, importantes minerales (como el potasio y el calcio), ¡y la vitamina C suficiente para cubrir las necesidades de todo un día! Además, constituye una de las frutas frescas con mayor concentración de vitamina E, que nos beneficia con su acción antioxidante. ¿De qué modo? Estimulando nuestro sistema inmunitario, evitando la formación de coágulos sanguíneos y protegiendo nuestras células de los daños causados por los radicales libres (muchos procedentes de la contaminación ambiental).
Una fruta con sed
Producir un kilo de fresas cuesta 346 litros de agua, un 40 % más que un kilo de tomates, pero un 97 % menos que un kilo de carne picada
A propósito del medio ambiente, hay que saber que, como sucede con todos los alimentos, la producción de fresas y su transporte tiene un coste ambiental. Es lo que se conoce como huella hídrica y huella de carbono. Según los datos de la organización Waterfootprint, producir un kilo de fresas cuesta 346 litros de agua. ¿Mucho o poco? Depende con qué se lo compare. Un kilo de fresas cuesta un 40 % más de agua que un kilo de tomates, pero un 97 % menos que un kilo de carne picada (cuya huella hídrica supera los 15.000 litros). Del mismo modo, la producción de alimentos genera gases de efecto invernadero. Y, en el caso de las fresas, el transporte tiene mucho que ver en esa huella de carbono: no es lo mismo adquirir unos ejemplares procedentes de un entorno cercano que comprar unos que han tenido que recorrer cientos o miles de kilómetros para llegar a nuestro pueblo o ciudad.
Algunos productores de fresas de España se han tomado muy en serio el reto de disminuir el impacto medioambiental de su actividad, pero los consumidores también podemos contribuir a cuidar el planeta con gestos muy sencillos. Escoger alimentos de proximidad y de temporada, así como evitar el despilfarro de comida (comprando lo que necesitamos y conservándola adecuadamente), reduce estos costes ambientales.
Tantas variedades como recetas
Fresa, fresita, fresón. De una sola floración o de dos. Cultivadas o silvestres. Precoces, de media estación o tardías… Ya sea por tamaño, por rendimiento o por el momento de la cosecha, existen muchas maneras de clasificar las fresas. Y tiene lógica, pues, aunque las piezas nos parezcan muy similares entre ellas y no resulte tan fácil diferenciarlas –como sí ocurre con las manzanas-, la fresa es una de las frutas con más variedades y nombres propios que podemos encontrar en nuestro entorno. Desde Elvira y Marieva hasta Korona, Madame Moutot y Rabunda, en la actualidad se comercializan alrededor de 60 tipos.
Los productores y cocineros señalan que las más exquisitas son las llamadas fresitas del bosque, las más pequeñas de todas. Sin embargo, las fresas cultivadas y los fresones (más grandes y baratos) también tienen un gran sabor cuando están en su punto. Y todas, desde las silvestres hasta las de cultivo, presentan ese toque entre ácido y dulzón que tanto juego da a la hora de añadirlas a nuestros platos. Las fresas van bien con casi todo; también solas.
- Desayuno con rubíes. No hace falta ser Audrey Hepburn ni tener diamantes en casa para disfrutar de un desayuno de cine. Añade unas cuantas fresas al yogur, a los cereales o a la leche fresca y verás cómo mejora el aspecto (y el sabor) de tu primera comida del día. También puedes combinar las fresas con otras frutas, en trocitos, o preparar una tostada con queso fresco o tipo Philadelphia y colocarlas encima, cortadas en finas láminas.
- ¡Fresas con pollo! Las notas de acidez de esta fruta lucen de un modo especial cuando la utilizamos en platos salados. Las fresas quedan espectaculares en una ensalada con verduras de hoja verde (como lechugas, canónigos o rúcula), combinadas con un poco de queso brie, con anchoas y otros pescados, con verduras asadas y también con pollo (por ejemplo, en una brocheta a la plancha o a las brasas).
- El mejor complemento. Si haces mermelada de fresa (o has comprado un bote), puedes utilizarla como base de salsas y vinagretas. Mézclala con un poco de vinagre y aceite de oliva para aliñar tus ensaladas. O aligera la mermelada con un poco de agua y unas gotas de zumo de limón para combinarla con alimentos grasos, como quesos, carnes, patés o foie.
- De postre. Es difícil resistirse a unas fresas de postre, incluso cuando se sirven solas, al natural. A partir de aquí, las posibilidades son casi infinitas: en brochetas, con otras frutas; regadas con zumo de naranja, vestidas con chocolate fundido o acompañadas con nata; como ingrediente principal en un helado casero, en tartas…
Manual de instrucciones para tus fresas
Los secretos de esta fruta se revelan en todo su potencial si la tratamos con el cuidado necesario. De la tienda a la cocina, estos son algunos consejos para gozar de su sabor, ya sea al natural o como ingrediente de helados, batidos, bizcochos o cremas.
- Para dos días. Las fresas son muy delicadas: llévate solo las que puedas consumir en pocos días para evitar que se echen a perder. Transpórtalas con cuidado.
- ¿Plástico o madera? No hace falta sacarlas del embalaje original hasta que las comas. Tanto los envases de madera como los de plástico tienen pequeños agujeros de ventilación para evitar que la fruta se estropee.
- El mal aspecto se contagia. Antes de almacenarlas, descarta las fresas que estén en dudoso estado para evitar que se estropee el resto. No las manipules en exceso. Cuanto menos las toques, mejor. Si no las comerás en el momento, guárdalas en la nevera tal cual, manteniendo siempre sus tallos y sus hojas. Lávalas justo antes de consumirlas (y no antes) para evitar que absorban humedad y desarrollen moho. Y sácalas de la nevera un rato antes de comerlas para que estén a temperatura ambiente y puedas disfrutar mejor de su perfume y su sabor.
- ¿Las quieres congelar? Las fresas se pueden congelar, pero ten en cuenta que, al descongelarlas, perderán su turgencia original (no su sabor, por suerte). Conserva de este modo solo las que quieras utilizar en recetas donde la textura no sea importante (helados, cremas, bizcochos, batidos…). Lávalas con cuidado, déjalas escurrir y sécalas bien antes de congelarlas (así no se forma escarcha en la fruta). Usa un recipiente amplio para que no se apelmacen o envuélvelas en papel de aluminio, pero sin amontonarlas.