Seis estrategias para frenar el abuso de antibióticos

Médicos, veterinarios, ganaderos y ciudadanos podemos luchar juntos frente a la resistencia de las bacterias a los antibióticos con una reducción en el consumo de estos fármacos
Por Verónica Palomo 19 de septiembre de 2020
abuso antibiotico
Imagen: nastya_gepp

Para acabar con las bacterias que amenazan nuestra salud, utilizamos antibióticos que se crean a partir de compuestos químicos o de origen natural, como el moho. Estos fármacos matan o neutralizan las bacterias destruyendo su estructura o su capacidad de dividirse o reproducirse, todo ello sin dañar las células humanas. No funcionan contra las infecciones víricas, por lo que si se ingieren como tratamiento ante un virus, además de no ser efectivos, pueden causar efectos secundarios y agregar un problema serio de resistencia a los antibióticos. Y aunque sabemos que la resistencia de las bacterias es un proceso natural y que no puede detenerse, sí podemos contenerlo. En España tenemos el Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN), con dos estrategias: reducir el consumo de antibióticos y disminuir la necesidad de usarlos en la medicina humana y en la veterinaria. ¿Cómo? Con estas seis pautas que te contamos a continuación.

1. No automedicarse

Es tentador, pero nunca hay que guardar las sobras de los antibióticos. Si a algún miembro de la familia que tuvo infección de garganta se le recetó un determinado fármaco del que sobró bastante, nunca hay que guardarlo y aprovecharlo para posibles infecciones que se presenten en un futuro. Casi con total seguridad se puede confirmar que no será el adecuado para esa persona. No hay que olvidar que de los cuatro millones de consultas al año en España por dolor de garganta, el 70 % se deben a causas víricas, que se suelen curar, en su gran mayoría, solas.

2. Recetar el medicamento adecuado

Hay antibióticos de amplio espectro que con toda seguridad van a acabar con una infección de anginas, pero quizá no es necesario tomarlos para acabar con la bacteria que causa la infección. “Por ejemplo, para la faringoamigdalitis (causada por la bacteria Streptococcus pyogenes), los médicos ya sabemos que la penicilina es suficiente para tratarla, por lo que no vamos a recetar, por ejemplo, un antibiótico de última generación. Es como matar moscas a cañonazos. Pero sirve para entender que utilizar un antibiótico de amplio espectro para acabar con la bacteria que provoca las anginas lo único que consigue es que esa bacteria se haga resistente”, explica Rebeca Palomo, pediatra de Atención Primaria.

3. Comprobar si hay infección bacteriana

El 80 % de los antibióticos que tomamos se prescriben en Atención Primaria, y es el médico el encargado de dar el diagnóstico correcto y confirmar si la infección está causada por un virus o por una bacteria. Esto resulta fundamental, ya que los antibióticos no son eficaces contra los virus: ni frenan su crecimiento ni los matan.

medicamento Imagen: PublicDomainPictures

De ahí la importancia de someter a los pacientes a diagnósticos microbiológicos. Lo idóneo sería hacer siempre cultivos (una muestra del tejido infectado) y un antibiograma (prueba en el laboratorio en la que se expone la bacteria que se ha tomado de la muestra a varios antibióticos para ver si resulta sensible o resistente a ellos). “Mientras llega el resultado (no es inmediato, tarda unos días) se suele mandar un antibiótico empírico, es decir, un tratamiento de  probabilidad que se inicia sin conocer la bacteria causante, pero al ver el resultado el médico puede darse cuenta de que el que había mandado no sirve, o cambiarlo al comprobar que ha mandado uno con más espectro (antibióticos que tienen capacidad para matar a un mayor número de patógenos) del necesario”, explica Rebeca Palomo. Cambiar a uno con menos espectro, pero eficaz, es fundamental para evitar la resistencia y, en el caso de los niños, ancianos o inmunodeprimidos, especialmente importante. “En los niños, en general, pero más aún en esos pacientes delicados, hay que poner siempre el antibiótico de menos espectro para intentar acabar con toda la artillería antibiótica antes de tiempo”, matiza la pediatra.

4. Acabar el ciclo que dicta el protocolo

Ya lo vaticinó Alexander Fleming al recoger su premio Nobel: “Llegará un día en que cualquiera podrá comprar penicilina. Entonces existirá el peligro de que un hombre ignorante pueda fácilmente tomar una dosis insuficiente y que, al exponer sus microbios a cantidades no letales del fármaco, los haga resistentes”. Muchas veces alguien que padece anginas se toma dos días el antibiótico, pero al sentirse bien, lo deja. No ha dado tiempo a matar a las bacterias, por lo que se quedan ahí, multiplicándose y generando más resistencia. Se ha hablado mucho sobre la duración idónea de las tandas de tratamiento antibiótico, si deberían ser o no más cortas —algunos estudios han demostrado que ciclos más cortos pueden tener la misma eficacia que los largos en algunas infecciones—, pero la última palabra en cuanto a la duración del antibiótico la tiene el médico, que siempre cuenta con los datos clínicos actualizados para proporcionar al paciente la información adecuada.

5. Evitar su uso en animales sanos

Los humanos no somos los únicos que echamos mano del antibiótico. “La sociedad debe controlar y no consumir alimentos que utilizan antibióticos para estimular el crecimiento o para prevenir enfermedades en animales sanos”, recomienda Agurtzane Antoñana, experta en microbiología. Por eso la Unión Europea prohíbe desde 2006 el uso de antibióticos para favorecer el crecimiento de los animales. De acuerdo con la legislación europea, solo los veterinarios pueden prescribir los antibióticos que se administrarán a los animales y establecer la dosis correcta y la duración del tratamiento.

6. Higiene y vacunación, medidas clave

Maialen Larrea, microbióloga y parasitóloga clínica, señala que lavarse las manos con agua y jabón de manera frecuente y usar desinfectante para las manos a base de alcohol protege de esas bacterias dañinas. “Al igual que hábitos saludables como seguir una dieta adecuada, manipular alimentos como corresponde, desinfectar superficies o practicar actividad física también ayudan a reducir el riesgo de desarrollar infecciones”.  Por otro lado, aunque sabemos que los antibióticos no tratan los virus, es posible que una infección viral, como la gripe, termine complicándose con infecciones bacterianas secundarias para las que sí que se necesitan antibióticos, como una neumonía. Vacunar contra la gripe o la varicela, que también es una enfermedad vírica que puede desarrollar infecciones bacterianas en la piel o neumonía, servirá para reducir el uso de estos fármacos.

Sigue a Consumer en Instagram, X, Threads, Facebook, Linkedin o Youtube