El sistema inmunitario es un conjunto complejo y coordinado de células, tejidos, moléculas y procesos biológicos que se encarga de detectar y eliminar lo que identifica como un elemento extraño en nuestro organismo susceptible de ser dañino y poder perjudicarnos, ya sean agresiones externas (virus, bacterias o parásitos) o internas, como células cancerígenas. Este “escudo” se ve debilitado por causas, como la genética, la edad, el consumo de ciertos fármacos, el estrés, el sedentarismo u diversas causas ambientales. Por eso, reforzar nuestras defensas se ha convertido en algo más que un obsesivo eslogan. ¿De verdad resulta tan fácil intervenir en esa compleja red de interconexiones que forma la barrera inmunitaria? La respuesta no es fácil, pero lo que sí aseguran los expertos en inmunología es que no existe ningún producto, práctica o alimento que por sí solos refuercen el sistema inmune.
? Hay personas más susceptibles a ciertas infecciones
El buen funcionamiento del sistema inmunitario depende de la genética. Un estudio realizado en el Kings College de Londres (Reino Unido) y publicado en Nature asegura que casi tres cuartas partes de nuestros rasgos inmunológicos están in?uenciados por los genes. Esto hace que haya personas más predispuestas que otras a sufrir una determinada infección o pacientes que responden mejor a los tratamientos que otros. Sin embargo, como el resto del organismo, las células del sistema inmune deben estar sanas. Es decir, que un sistema inmunitario fuerte va a estar determinado, en primer lugar, por los genes, pero también por el ambiente en el que se ha desarrollado. Por ejemplo, una persona con una herencia genética adecuada, pero con una dieta pobre en nutrientes, tendrá probablemente un sistema inmune que no funcione de modo correcto.
? Existe un gen de la longevidad
No existe «el gen de la longevidad», pero sí un envejecimiento del sistema inmunitario (inmunosenescencia) paralelo al envejecimiento de todos nuestros órganos y tejidos del cuerpo. En personas que hayan sufrido enfermedades a lo largo de su vida, sobre todo aquellas con una in?amación crónica, esta inmunosenescencia puede aparecer antes de tiempo. Según cumplimos años, nuestras células también envejecen y se vuelven menos funcionales, de ahí que las personas ancianas sean menos resistentes a las infecciones. Además, a medida que envejecemos, los mecanismos de reparación del ADN, que se ocupan de restablecer la integridad de este tras la acción de agentes tóxicos ambientales, pierden su e?cacia. Si el ADN no se repara, las células van perdiendo su capacidad funcional, aumentando el riesgo de acumular mutaciones y transformarse en células cancerosas.
? Pasar enfermedades nos inmuniza
El sistema inmunitario tiene un mecanismo «de memoria»: una vez que un elemento se ha reconocido como patógeno, el sistema inmune lo «archiva». De esta forma, la próxima vez que el intruso se asome al organismo, la respuesta especí?ca se realizará más rápido y con mayor e?cacia, atacando con más rapidez al agente patógeno. Podemos inmunizarnos pasando la enfermedad real o a través de la vacunación. Las vacunas producen una respuesta similar a la generada por las infecciones naturales, pero sin causar la enfermedad ni poner a la persona en riesgo de sufrir sus complicaciones.
? La fiebre es un mecanismo de defensa
Cuando algún patógeno aparece por primera vez en nuestro organismo, las células que lo reconocen se activan y empiezan a multiplicarse para hacer frente a la amenaza. Una persona con un sistema inmune fuerte tarda alrededor de dos semanas en activar y multiplicar las células especí?cas contra un invasor. Mientras que se activan estas células, entra en funcionamiento un primer mecanismo de defensa básico, que normalmente detectamos como un aumento de la temperatura corporal (la ?ebre), entre otros síntomas. Si el invasor no es especialmente infeccioso, este escudo suele ser e?caz, aunque pasaremos dos semanas con molestias.
? La alimentación no influye en el sistema inmune
Imagen: PL_MAPHO
Que nuestro sistema inmunitario esté más o menos optimizado dependerá de la alimentación y el estilo de vida. Un patrón dietético saludable es aquel constituido fundamentalmente por frutas y verduras, cereales integrales, frutos secos y alimentos poco o nada procesados. Según la Sociedad Española de Oncología Médica, uno de cada tres cánceres guarda relación con un patrón de alimentación insano, por lo que no hay duda alguna de la estrecha relación entre la nutrición y el sistema inmune. Además, un estudio de la Universidad de Bonn (Alemania) demostró que el sistema inmune reacciona ante una dieta rica en azúcares y grasas igual que lo hace ante una infección bacteriana: con una respuesta in?amatoria en todo el organismo.
Para mantener el sistema inmune en forma se necesitan todas las vitaminas (siempre a través de la alimentación), pero en especial:
- Vitamina D, que controla el desarrollo y la activación de los linfocitos T y tiene un papel relevante contra las neumonías.
- Vitamina A, por su efecto antioxidante que ayuda a luchar contra las infecciones.
- Vitamina C. Estimula la producción de anticuerpos y es antioxidante y antiin?amatoria.
- Vitamina E, potente antioxidante que protege las membranas biológicas y contrarresta las acciones inmunosupresoras de los radicales libres.
- Vitamina B, vital para soportar las reacciones bioquímicas del sistema inmunitario.
Respecto a los minerales, necesitamos todos (siempre a través de la alimentación), pero el zinc, el selenio, el magnesio y el cobre se revelan como especialmente importantes por su poder para parar la in?amación.
? Los anticuerpos de la lactancia desaparecen en unos meses
Los bebés se bene?cian de una inmunidad pasiva a través de la madre, quien le transmite anticuerpos y glóbulos blancos desde de la placenta y, tras el parto, a través del calostro (sustancia que se produce antes de la subida de la leche y que es muy rica en anticuerpos). La leche madura, que no tiene tantos componentes protectores como el calostro, también transmite anticuerpos al bebé, aunque va desapareciendo poco a poco, aproximadamente entre los 6 y 12 meses de edad. En ese tiempo, el bebé ya ha tenido tiempo para que su propio organismo los genere (por el contacto con ciertos gérmenes y por las vacunas).
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? La ansiedad y el estrés le afectan
Los especialistas están observando una relación cada vez más estrecha entre el sistema inmune y el sistema nervioso. Atravesar por un periodo depresivo, como puede ser la muerte de un familiar, puede condicionar seriamente el sistema inmunitario y crear una inmunosupresión que requiera para recuperarse de seis meses a un año. Vivir en un estado de estrés permanente es igualmente perjudicial, ya que se libera cortisol, una hormona inmunosupresora. Por el contrario, existen hormonas inmunopotenciadoras (endor?nas) que se liberan ante situaciones de relajación y satisfacción. También se ha observado que las personas ancianas que gozan de una aceptable vida social tienen sus defensas en mejor estado que aquellas que se encuentran solas.
?? Podemos incidir en el buen estado de nuestra inmunidad
No podemos cambiar nuestros genes, ni nuestra edad, ni el número de enfermedades que hemos pasado, pero sí modi?car todos los factores que afectan a nuestro estilo de vida, como hacer ejercicio, llevar una dieta sana, dormir bien, vacunarnos… ¿Y cuánto se tarda en sentir los efectos de esa mejora inmunitaria? Depende. Si hablamos de una reconstitución inmunitaria (por ejemplo, tras un procedimiento médico como un trasplante de médula), puede llevar meses, pero cuando hablamos de una mejora producida por un cambio en los hábitos, los efectos pueden ser inmediatos y deberíamos notarlos en pocos días o semanas.