Desde fresas con gusanos hasta plátanos con sangre: ¿qué hay de cierto?

En las imágenes de un vídeo se sumergen fresas en agua con sal y, al cabo de media hora, empiezan a salir gusanos: ¿esto es real o es un bulo sobre alimentos?
Por Ramiro Varea Latorre 5 de mayo de 2021
agua sal fresas gusanos
Imagen: pasja1000

Desde hace algún tiempo, corren por las redes sociales unos vídeos entre sobrecogedores y nauseabundos. En las imágenes de uno, se sumergen fresas en agua con sal. Pasada media hora, de la fruta empiezan a salir gusanos que —no nos engañemos— nos cortan el apetito y nos quitan para siempre las ganas de probar una fresa. Más allá de que algunos de estos vídeos son directamente un montaje fake, existe una explicación de por qué sucede este (muy improbable) fenómeno. Para evitarlo, siempre debemos comprar alimentos frescos que estén en buen estado. Lo explicamos en este artículo.

En ocasiones, sobre todo si la fruta está demasiado madura o no se encuentra en un estado óptimo para el consumo, algunos insectos como la mosca de la fruta pueden poner sus huevos en el interior del alimento y desarrollarse larvas. No obstante, cuando el insecto deja el huevo suele dañar la piel de la fruta. Y en la posterior inspección visual para su venta, los frutos estropeados o con aspecto feo se descartan, por lo que es casi imposible que en nuestra mesa acabe una fruta agusanada. “Desde luego no es algo preocupante ni frecuente. Y si aun así ingerimos un huevo o una larva de insecto, no supone ningún riesgo de intoxicación para nuestra salud”, explica la dietista-nutricionista Beatriz Robles. Más allá, claro, del asco que nos dé.

En los últimos años, Internet y las redes sociales han propagado todo tipo de bulos relacionados con el ámbito de la alimentación. Algunos toman una anécdota puntual para convertirla en norma, como sucede con los gusanos en las fresas. Una desinformación interesada que siempre suele tener una finalidad: conseguir notoriedad, generar miedo y confusión entre los consumidores, boicotear a una empresa, alcanzar un rendimiento económico…

Es muy típico, por ejemplo, el que afirma que hay plátanos y naranjas contaminadas con sangre infectada con VIH o el que sostiene que la cera que recubre la piel de las manzanas es peligrosa. “Y luego tenemos mitos que no conseguimos quitarnos de encima: que si la fruta por la noche engorda, que si hay que comerla entre horas porque si la tomamos de postre fermenta, que si el zumo de limón en ayunas lo cura todo…”, apunta la experta en nutrición.

Comprar siempre alimentos en buen estado

Más allá de las anécdotas y las falsedades, lo que sí es cierto es que los alimentos que lleguen a nuestro frigorífico han de estar en buenas condiciones para evitar sorpresas desagradables. De ahí que las frutas y verduras deban estar enteras, sin golpes y, por supuesto, sin insectos. No importa que su aspecto sea más o menos regular ni que los colores difieran entre una y otra pieza, ya que se trata de cuestiones estéticas que no influyen en la salud.

“Lo que debemos evitar es que muestren signos de alteración y sobremaduración. Nunca debemos comer frutas o verduras que tengan indicios de estar contaminadas por hongos”, insiste Beatriz Robles. De hecho, un error muy frecuente es que, cuando vemos que el alimento se empieza a deteriorar, quitamos la parte estropeada y nos comemos el resto. “Es peligroso, porque la fruta podría estar contaminada con micotoxinas. Son toxinas invisibles que producen los hongos y pueden penetrar bastante en el alimento”, advierte.

Dónde guardar las frutas y verduras

En el caso de que compremos fruta cortada (ya sean melones o sandías partidos en mitades o cuartos, o frutas peladas en vasitos) tenemos que fijarnos en que esté siempre refrigerada. Al pelar y cortar el alimento, este puede contaminarse con los microorganismos de la piel de las personas que lo manipulan o por los utensilios que se emplean. “Por eso debe estar frío. Si lo dejamos a temperatura ambiente, se pueden multiplicar las bacterias y los hongos. Lo mismo ocurre en nuestra casa: una vez que pelemos o troceemos frutas y verduras, deben ir directamente al frigo”, prosigue la nutricionista.

Una vez hecha la compra, el objetivo es conservar los vegetales en las mejores condiciones. Y cada uno tiene sus propias características y necesidades, aunque sí podemos seguir algunas pautas generales.

  • Por un lado, están las denominadas frutas climatéricas, que son aquellas que pueden seguir madurando fuera de la planta (aguacates, ciruelas, kiwis, manzanas, peras, plátanos, tomates, entre otras). En este caso, podemos comprarlas aunque estén verdes, y dejar que maduren en casa.
  • Algunas, como el tomate, no aguantan bien el frío y pueden estropearse, de ahí que lo mejor sea mantenerlos fuera de la nevera. No ocurre lo mismo con otras como las manzanas, que soportan las temperaturas bajas sin problema.
  • Por su parte, los vegetales no climatéricos son aquellos que no maduran fuera de la planta (berenjenas, naranjas, pepino, uvas…), así que lo idóneo es comprarlos ya maduros. Y las patatas es recomendable guardarlas fuera del frigorífico y protegidas de la luz.

Cómo debemos limpiar frutas y verduras

Salvo las ensaladas de bolsa, cuyas verduras ya vienen limpias y listas para comer, sí es necesario lavar la fruta y la verdura. Justo antes de comer los vegetales, es importante seguir unas mínimas pautas de higiene. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) indica con claridad que sí debemos desinfectar los alimentos, si los consumimos crudos y con piel. Por eso debemos seguir algunas indicaciones:

  • Lavarlos bajo el chorro del grifo, aunque vayas a pelarlos. Así evitas que la contaminación pase del cuchillo al alimento.
  • Usar cepillos específicos para las superficies de las frutas de cáscara dura (melón, sandía…) o algunas verduras (pepino, calabacín…).
  • Secar las piezas con papel de cocina.
  • Si vas a comer fruta cruda con piel, verdura cruda (lechuga, espinacas…) o verdura cruda con piel (pepino), sumérgelas durante cinco minutos en agua potable con una cucharita de postre de lejía (4,5 ml) por cada tres litros de agua. Después, acláralas con abundante agua corriente. La lejía debe estar etiquetada como “apta para la desinfección de agua de bebida”.
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