Renace la polémica de los aditivos

El uso indiscriminado de aditivos, algunos de ellos caracterizados con la letra E, es vinculado por distintas asociaciones británicas con desórdenes metabólicos y de conducta
Por Jordi Montaner 17 de junio de 2003

Una generación de niños y niñas más obesos, hiperactivos y violentos está emergiendo en los países industrializados. Son lo que comen: bebidas tildadas de «suaves», chucherías y snacks con una carga de aditivos sintéticos, azúcares y cafeína más que exagerada. La British Dietetic Association señala que algunos aditivos caracterizados con la letra E tienen carácter deletéreo y se usan sin control en la composición de las golosinas más preferidas por nuestros jóvenes.

Forman parte de la cultura alimentaria moderna. Colorantes, conservantes, emulsionantes, estabilizantes y edulcorantes constituyen una garantía de seguridad en muchos alimentos elaborados. En otros casos, visten con sensaciones organolépticas un sabor insípido, un color apagado o un aroma neutro. Son muchos y están registrados en series de tres cifras precedidas por la letra E. Las autoridades sanitarias velan por la salubridad de los alimentos que se sirven de estos aditivos y ordenan que en su etiquetado se haga constar la identificación; sin embargo, son pocos los estudios que se han adentrado en sus efectos sobre el organismo humano, limitándose en la mayoría de los casos a descartar efectos tóxicos u oncogénicos.

Con el auge experimentado en los años 80 por parte de los alimentos biológicos, llegó también una campaña de descrédito contra los aditivos alimentarios. Por doquier empezaron a aparecer listas de sustancias con toxicidad potencial o inducción de efectos cancerígenos, sin un contraste o un asesoramiento bromatológico adecuado, que obligaron a la industria alimentaria a maquillar muchos de sus productos como artesanales o naturales y a obviar la inclusión de sustancias conservantes no siempre sintéticas (hay aditivos de origen natural) en los preparados. Por ejemplo: el conservante E-330 (ácido cítrico) consta en algunas listas negras como «potencialmente cancerígeno» cuando, en realidad, se trata de un aditivo natural inofensivo. La confusión proviene del hecho de que este antioxidante ejerce un papel muy destacado en el ciclo metabólico, conocido como ciclo de Krebs (en honor del apellido del científico que lo estudió). Pero krebs significa también «cáncer» en alemán.

Cultura de la incultura

El uso excesivo de aditivos podría tener relación con la creciente tasa de obesidad, hiperactividad o conducta violenta entre la población infantil

La proliferación de la llamada «comida rápida», compuesta de alimentos conservados para su consumo inmediato, no perecederos y de bajo presupuesto no parece resentirse de la mala fama que le otorgan dietistas y nutricionistas. Los gustos intensos, los nombres llamativos y el consumo fácil arraigan más en el grueso de la civilización occidental que los sabores ancestrales y las comidas de elaboración complicada o conservación difícil. Las grandes multinacionales de la alimentación hacen su agosto con yogures, barritas de chocolate, bebidas refrescantes, snacks o chucherías en cuyo etiquetado se desglosa una composición que pocos leen y menos saben interpretar.

En el Reino Unido, la British Dietetic Association (BDA) ha iniciado recientemente una campaña contra el consumo de chucherías, argumentando que perjudican el desarrollo correcto de las generaciones más jóvenes. Premios, concursos, etiquetados llamativos y publicida disfrazan, según la BDA, la relación de este tipo de alimentos con las elevadas tasas de obesidad, hiperactividad o conducta violenta entre la población pediátrica.

En el ojo del huracán aparecen los aditivos, cuya seguridad se disputan partidarios y detractores con un margen de afectación que reclama un poco de orden: se acepta que entre uno y siete de cada mil niños sufre los efectos deletéreos de conservantes, colorantes o edulcorantes. Ante la falta de criterios científicos bien fundamentados al respecto, la Food Standards Agency (FSA), la agencia de seguridad alimentaria británica, ha decidido iniciar un estudio nacional para delimitar el efecto de los aditivos en niños de tres a cinco años y determinar, entre otras cosas, si el daño causado por las golosinas se aplica sólo a los azúcares o también a conservantes y colorantes. La legislación de la Unión Europea distingue minuciosamente las distintas familias de aditivos, pero no especifica, por ejemplo, si son naturales o sintéticos.

Mientras tanto, en el ranking de colorantes, antioxidantes y conservantes «malditos» figuran aditivos como la tartrazina (E-102), amarillo quinoleína (E-104), amarillo anaranjado (E-110), azorubina (E-122), rojo cochinilla (E-124), rojo allura (E-129), azul patente (E-131) o ácido benzoico (E-211).

El caso de las gominolas

Chuches por excelencia, las gominolas infantiles se elaboran con una pasta de azúcar, generosa en cuanto a aditivos, que se presenta de formas, colores y tamaños muy diversos. Los hidratos de carbono asumen hasta un 80% de su composición, lo que los convierte en productos muy calóricos (360 calorías por 100 g en el mejor de los casos). Su valor nutritivo es nulo, y constituyen una plataforma perfecta para problemas de salud como la obesidad o la caries.

Se trata, sobre todo, de productos basados en una auténtica alquimia de aditivos, fundamentalmente colorantes (E-102, E-104, E-110, E-122, E-124, E-129 y E-131) con inducción potencial de alergias o garantías de seguridad engañosas. La tartracina (E-102), por ejemplo, puede producir reacciones adversas (alergias no graves con manifestaciones cutáneas o respiratorias) en personas asmáticas y en alérgicos al ácido acetilsalicílico.

CULTURA DE LOS ADITIVOS

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El significado de la letra E para identificar a un aditivo no siempre es accesible. A menudo, la información es parca o inexistente, cuando no confusa. En España, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) dispone de una clasificación asequible y ordenada, consultable por Internet, de todos los aditivos autorizados en nuestra geografía. «A pesar de todos los controles, la inocuidad de algunos aditivos se ha puesto recientemente en entredicho o no está lo suficientemente acreditada», justifican.

La OCU propugna una cierta cultura a la hora de comprar. Cuando se opta por los productos elaborados, aconseja una lectura detenida de las etiquetas y toma partido por los alimentos que tengan menos aditivos. «Es fácil que algunos aparezcan camuflados bajo su nombre común, como en el caso del sorbitol, en vez de usar su llamativo código comunitario, el E-420».

Asimismo, la organización hace un llamamiento a prescindir de los colorantes (E-100 a E-199), «totalmente innecesarios». Se invita a enseñar a niños y niñas a evitar los alimentos de colores muy llamativos o muy intensos, «pues es casi seguro que llevan estos colorantes».

Por otro lado, se muestra suspicaz con los productos publicitados «sin conservantes ni colorantes», pues, según la OCU, «pueden llevar otro tipo de aditivos». Tampoco considera que los términos «artesanal» o «natural» sean garantía de nada. «No hay que dar ningún crédito a las falsas listas de aditivos y productos de riesgo que circulan de mano en mano», suscribe la OCU, «aunque digan contar con el aval de médicos y/o instituciones sanitarias». En estas listas, explican, se califican los aditivos de buenos o malos, sin ningún criterio científico.

En cambio, el listado de la OCU asigna una calificación a todos los aditivos con letras que van de la A a la H (A aceptables, B aceptables en algunos casos, C con problemas en dosis altas, D con reacciones alérgicas, E en los que falta información, F con dudas respecto a su toxicidad, G engañosos y H potencialmente peligrosos).

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