Entrevista

«Hasta que no haya un 60 % de personas inmunes no podemos relajarnos»

María Montoya, jefa de grupo de inmunología viral en el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, del CSIC
Por Rosa Alvares 12 de agosto de 2020
Maria Montoya investigadora CSIC

Lleva 30 años dedicada a la investigación, aportando su tiempo y su pasión por la ciencia para que seamos capaces de enfrentarnos a cualquier virus. Ahora, María Montoya, jefa de grupo de inmunología viral en el Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Inmunología (SEI), saca horas de donde no las hay para liderar estudios que descubran el comportamiento del virus SARS CoV-2 y, de esta manera, obtener un tratamiento o una vacuna capaces de detenerlo. Hablamos con ella para que nos revele algunos aspectos de esta pandemia y cómo será nuestra convivencia con el coronavirus en los próximos meses.

¿Está comprobado que las altas temperaturas del verano y la radiación UV acaban con el virus?

Es cierto que la radiación ultravioleta y las altas temperaturas no favorecen la propagación del virus porque, en ambientes más secos, las gotitas mediante las que se transmite tienen menos recorrido. Además, en verano estamos más tiempo al aire libre. Y eso hace que, si nosotros estamos infectados, la transmisión del virus sea menos eficiente por el aire. Hay que tener en cuenta que las condiciones ideales para que el virus se transmita se dan en un sitio cerrado, con proximidad entre personas. En verano cambian nuestros hábitos, hay más sequedad en el ambiente, estamos más expuestos a radiación ultravioleta, la transmisión es más difícil. Pero eso no quiere decir que se reduzca a cero. Por tanto, hay que mantener distancias de seguridad, mascarillas y una higiene escrupulosa. El verano nos ayuda, pero no nos podemos relajar, tenemos que seguir vigilantes y conservar los nuevos hábitos que hemos incorporado a nuestra vida cotidiana.

¿Y por qué el virus está afectando tan duramente a países donde las temperaturas son altas?

Las temperaturas ayudan, pero no suponen una condición definitiva y no sirven de mucho si no se acompañan de esas medidas de alejamiento y de sanidad. La gestión sanitaria también es fundamental: si se compara cómo se está gestionando esta crisis en Brasil o en otros países próximos, como Argentina, veremos que no tiene nada que ver, a pesar de la temperatura. Si no se implementan unas medidas de responsabilidad de la gente, a través del distanciamiento social o de gestión sanitaria adecuada, el virus encuentra formas de transmitirse. La gente tiene que responder a esas medidas, y España es un claro ejemplo: con el confinamiento hemos conseguido parar la propagación del virus. Si no, estaríamos en una situación mucho peor.

¿Cuándo dejará de ser pandemia para convertirse en una infección quizá estacional, como ocurre con la gripe?

Todavía es pronto para saber si será una infección estacional. Aún está presente en un gran número de países de todo el mundo y, hasta que no haya un control de esta infección, será pandemia. Pero eso es una decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la que influyen muchos parámetros. Por ahora, parece que los países de Europa, con distintas estrategias y con diferentes medidas, estamos controlando la propagación del virus, pero en otras zonas del planeta sigue infectando y generando serios problemas.

¿Y es previsible que se convierta en una enfermedad crónica, como ocurrió con el virus del sida?

Esta pandemia tiene muchas similitudes con la epidemia de VIH que vivimos en los años ochenta del siglo pasado. Ambas coinciden en que, durante sus comienzos, tuvimos meses muy confusos, intentábamos averiguar, pero no sabíamos cómo eran el virus, la transmisión, la enfermedad… Había muchos bulos. Eso es algo que siempre ocurre cuando hay un brote de un virus nuevo. Ahora bien, coronavirus y VIH son muy diferentes, con trayectorias que afectan a órganos del cuerpo humano también muy diferentes. Puede ser que el coronavirus acabe siendo un virus estacional, como la gripe, pero dependerá de los tratamientos que se vayan desarrollando y, sobre todo, de si hay una vacuna eficiente. De tenerla, se podría eliminar o convertirse en un virus estacional. Si la vacuna no es eficiente o no protege perfectamente, podría ser un virus con pequeños focos en algunas partes del mundo.

¿Vamos a vivir, irremediablemente, una segunda oleada?

El virus lo transportamos nosotros, así que todo dependerá de cómo nos comportemos: si nos movemos y lo dispersamos, el virus se dispersa; si no nos movemos, se quedará en casa. Está en nuestras manos que haya un rebrote o no. Con nuestra responsabilidad, podemos evitar nuevas oleadas. Por supuesto que puede haber una segunda ola durante la época estival, si creemos que podemos seguir haciendo lo mismo que hacíamos en pasados veranos, si no mantenemos distancias de seguridad, si nos abrazamos, si no usamos mascarillas… Pero en otoño y en invierno, cuando cambiamos nuestros hábitos y estamos más tiempo en casa, en espacios cerrados, puede haber un riesgo mayor, porque es posible un mayor contacto con la gente. En otras pandemias, como la de la gripe [conocida como «gripe española«] de 1918, hubo varias olas y, de hecho, la segunda fue peor que la primera. Aquello pasó hace un siglo, cierto. Pero, aunque nos pille lejos, tenemos que aprender de lo que sucedió en el pasado para no repetir viejos errores. Desde el punto de vista sanitario, el bajo porcentaje de personas con anticuerpos (según recientes informes oficiales de seroprevalencia, solo un 5,2 % de la población española) hace pensar que no estaremos preparados para un rebrote.

¿Lo cree usted así?

Confinarnos ha sido algo muy positivo: hemos impedido que el virus infectara a más personas, hemos ayudado a que el sistema sanitario pudiera reaccionar y hemos salvado muchas vidas. Ahora bien, puesto que hemos evitado que el coronavirus se propague, hay gran parte de la población susceptible de contagiarse porque no ha desarrollado anticuerpos, no es inmune, no tiene defensa frente al virus. Por eso, debemos mantener la vigilancia, porque hasta que no haya un 60 % de personas con inmunidad de grupo, no podemos relajarnos.

¿Qué podemos hacer para protegernos?

No solo necesitamos anticuerpos, sino otras herramientas del sistema inmune: este es como un ejército con diferentes unidades; los anticuerpos son una de ellas, pero hay más. Los estudios que estamos realizando muestran que los anticuerpos no bastan, se necesitan esas otras unidades –entre ellas, la inmunidad celular– que deben estar preparadas para proteger al individuo en caso de que vuelva a enfrentarse al mismo virus. Carecer de anticuerpos o tenerlos bajos no indica necesariamente que no estamos inmunizados, si ha habido un diagnóstico anterior de test PCR positivo. Existe mucha diversidad en los diagnósticos, y puede haber gente inmunizada que tenga anticuerpos bajos o no detectables. Todo eso está siendo ahora materia de estudio.

Si se presenta una segunda oleada, ¿esperan los científicos que llegue con una virulencia mayor?

Ha habido voces que aseguran que se está haciendo menos virulento, pero no existen datos para afirmarlo. Lo primero que tendríamos que hacer para saberlo es secuenciar el virus, es decir, ver su material genético, las mutaciones o variaciones que han surgido y si tienen una repercusión en su virulencia. Sí parece que, ahora que se está haciendo un diagnóstico antes (por tanto, los virus que se detectan proceden de casos leves o asintomáticos), la carga viral es menor que en meses anteriores, donde se evaluaban los casos más graves. Ojalá el virus evolucione hacia una menor virulencia, pero no tenemos evidencias. Cuando un virus salta de un animal a los humanos, se produce una serie de interacciones: lo que el virus quiere es transmitirse, y le viene mal que su hospedador muera, porque deja de propagarse. En general, lo que hace un virus es provocar brotes virulentos. Sin embargo, poco a poco se van seleccionando los virus que dan menos signos clínicos; es decir, que el hospedador está menos enfermo, porque así la transmisión es mejor. No sabemos si esto ocurrirá con el coronavirus porque, entre otras cosas, lo que hemos hecho ha sido parar la transmisión con el confinamiento: no le hemos dejado evolucionar normalmente. Tenemos que hacer mucha labor de investigación, ver los virus que están circulando, si están mutando. Seguir su pista para saber si de aquí en adelante va a ser más, menos o igual de virulento.

¿Sabemos si existe memoria inmunitaria, si las personas contagiadas mantienen la inmunidad o no?

La memoria inmunitaria consiste en que, cuando tú sufres una infección por un patógeno, la siguiente vez tu organismo lo recuerda y sabe qué hacer para combatirlo, sabe qué unidades de su sistema inmunitario pueden hacerle frente para evitar la infección. Estamos viendo que otras unidades del sistema inmune serían capaces, muy probablemente, de evitar esa segunda infección. De hecho, pensamos que en aquellas personas en las que, según se había dicho, podía haber una reinfección, esta no es tal: simplemente es que el virus seguía en los pulmones, no lo habían eliminado completamente. Por eso hay que hacer varias pruebas de PCR, para confirmar que es realmente negativo.

Muchos investigadores ya afirman que es más probable disponer antes de tratamientos eficaces que de la propia vacuna.

La comunidad científica está trabajando en todas las alternativas posibles a una velocidad que no había visto en mis 30 años de carrera. Sacamos fuerzas de flaqueza para poder luchar contra este virus. Con respecto a los tratamientos, la estrategia es de reposicionamiento de fármacos: es decir, aquellos que ya están aprobados para otras enfermedades y, por tanto, ya han pasado los criterios sanitarios y regulatorios para poder ser administrados a las personas, y se están probando para ver si tienen un efecto contra el coronavirus. Si alguno de ellos lo tiene, se podrá administrar muy rápidamente. Pero también se están investigando fármacos nuevos, específicos, contra este virus. Estos llegarán un poquito más tarde, porque hay que realizar y cumplir con toda la parte de seguridad y legislación para poder utilizarlos en personas.

¿Controlar al virus pasa por producir nuestros propios fármacos (vacuna incluida) y no depender de terceros países, como ha ocurrido con mascarillas y test? ¿Es realista pensar en que podamos fabricar la vacuna aquí?

Una de las cosas que nos ha enseñado el coronavirus son los fallos que teníamos en nuestro sistema: no estábamos preparados, y no hablo solo de España. Parece mentira que un virus tan pequeño haya puesto en jaque a todo el planeta… Debemos aprenderlo: hay que reforzar nuestro sistema sanitario, de investigación, industrial… Con respecto a la vacuna, se están haciendo gestiones en los ministerios de Ciencia y de Sanidad junto con la plataforma del CSIC y otras organizaciones para poder fabricarla en España, porque ahora mismo no hay muchas empresas con capacidad de producirla en el mundo. Nuestro país viene de la crisis económica de 2008 y tanto el sector sanitario como la investigación sufrieron recortes importantes que, como ahora se ha visto, conviene solucionar.

Una de las claves es el diagnóstico a tiempo. ¿Sería preciso que los test PCR se hicieran a toda la población?

Los test hay que hacerlos más de una vez. Si en España somos casi 47 millones de habitantes, ¿tendríamos que hacer 47 millones de test cada semana? Quizá sea más lógico invertir ese tiempo y esos recursos en otros asuntos. La conclusión a la que llegamos, viendo lo que ha ocurrido en otros países, es que resulta más eficaz aplicar pruebas para establecer la trazabilidad del virus en grupos más reducidos. Estamos de acuerdo en que hay que hacer muchos test, pero controladamente y sabiendo dónde están los focos de infección.

¿Nos hace falta una aplicación en el móvil a nivel nacional para registrar y rastrear, si fuera necesario, los comportamientos y contactos de los ciudadanos?

Otros países ya lo han hecho y aquí hay tímidas experiencias. Personalmente, estoy de acuerdo; eso sí, siempre que se cumpla la legislación europea, que es una de las más restrictivas en cuanto a protección de datos y siempre que se realicen dentro del contexto de la pandemia de la covid-19, y que después esa aplicación se pueda desinstalar. Creo que herramientas como esa nos podrían ayudar mucho a gestionar esta pandemia de modo eficiente.

¿Cree usted que la normalidad que conocíamos es aún posible?

Esa normalidad en la que vivíamos antes de marzo va a tardar en regresar, porque no tenemos ni tratamientos ni vacunas específicos contra este virus. Esto todavía no ha acabado, porque surgen pequeños focos de infección en España, precisamente cuando la gente se ha relajado. Mi mensaje –y creo que el de toda la comunidad científica– es que los hábitos que hemos incorporado a nuestra vida cotidiana durante esta crisis no desaparezcan, hay que mantenerlos un poco más. Entiendo el síndrome de la cabaña y que la gente tenga miedo a salir de casa, pero si somos responsables y continuamos con gestos como mantener las recomendaciones de higiene, la distancia social y llevar mascarilla, se puede ir saliendo.

Higiene, distancia social y mascarillas son fundamentales. Pero, ¿estamos seguros en playas y piscinas?

El virus se puede transmitir según nos movamos nosotros; es decir, una superficie no tiene el virus, a no ser que nosotros lo traslademos hasta ella. En la arena, por ejemplo, al estar expuesta al sol, el coronavirus dura poco. Así que, si una persona es responsable y en la playa o en la piscina mantiene la distancia interpersonal y la higiene y usa la mascarilla, puede acudir.

Otra de las enseñanzas de este episodio es que la biodefensa (prevenir el desarrollo y uso de armas biológicas) debe ser una obligación: sin más científicos, sin más sanitarios, sin más instalaciones y sin más material, ¿podemos cometer los mismos errores?

Es que el planeta es nuestra casa, y debemos cuidarla. En momentos de crisis, todo el mundo nos apoya. Si queremos estar preparados para un posible rebrote o una nueva pandemia, debemos invertir antes en investigación, en sanidad y en epidemiología. La crisis del coronavirus nos ha puesto frente a nuestras debilidades como sistema, y esto no se nos puede olvidar cuando pase. Prepararnos para posibles emergencias futuras sería lo más inteligente. Incluso con todos los recortes, lo que están trabajando científicos y sanitarios es digno de mencionar. Imagínate si se hubiera dispuesto de más presupuestos… Esperemos que seamos inteligentes para aprender de estas circunstancias terribles. Y no olvidemos a quienes, desgraciadamente, han fallecido o tienen secuelas por la infección. Cuando veo a ciudadanos irresponsables, me dan ganas de llevarlos a una UCI para que vean a los pacientes… Ahora podemos recuperar parte de nuestra vida, pero no podemos olvidar que, como haya más brotes, podemos volver a la casilla de salida. Si hay una segunda ola del virus fuerte, el sistema sanitario, científico y económico lo va a pasar realmente mal. Y eso va a depender de nosotros, los ciudadanos.

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