Gérmenes al alcance de las manos

Las manos albergan millones de patógenos y son una de las principales fuentes de infección
Por Montse Arboix 17 de marzo de 2017
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Imagen: bst2012

Las manos pueden ser cobijo para miles de patógenos que pasan imperceptibles a simple vista. A lo largo del día, entran en contacto con cantidad de objetos y superficies compartidas con multitud de manos de personas con actitudes de higiene muy diversas. Pero, en concreto, ¿dónde se esconden esos microorganismos que causan infecciones tan frecuentes como el resfriado común y la gripe? En este artículo se enumeran los lugares más sucios en los espacios públicos, en el puesto de trabajo y en casa, además de los objetos que más gérmenes pueden contener. También se describe cómo se realiza un correcto lavado de manos, la forma más sencilla de reducir las infecciones.

 

En nuestras manos se cobijan millones de microorganismos. Tanto, que constituyen uno de los principales riesgos de contaminación patógena. La transferencia de microorganismos entre las personas puede ocurrir a través de las manos: actúan como medio de transporte por el contacto físico con alimentos, agua, superficies y objetos contaminados, mascotas, los flujos corporales o las manos sucias de otra persona o mediante las pequeñas gotitas (gotas de Flügge) que se expulsan con la tos o los estornudos. Una manera fácil de infectarse es tocarse las membranas mucosas de los ojos, nariz y boca. Entre las infecciones más habituales están el resfriado común y la gripe, aunque hay otras que pueden revestir más gravedad, como bronquiolitis, neumonía, hepatitis A y la mayoría de diarreas infecciosas.

Gérmenes en espacios públicos

Las zonas más contaminadas de patógenos son las que están en contacto con multitud de manos de personas con actitudes de higiene muy diversa, como sucede en los espacios públicos. Entre las que más microorganismos alojan están los pomos de las puertas (sobre todo las de los baños públicos), las barandillas, las máquinas expendedoras, los periódicos y libros de una biblioteca, los cajeros automáticos que, además, suelen estar en la calle de donde recogen toda la contaminación del tráfico rodado, los carritos del supermercado, los botones del ascensor, las barras y asideros de los transportes públicos y un largo etcétera. Es decir, todo lo que alguien con unas manos sucias pueda haber tocado.

Así pues, los lugares o los objetos al alcance del público son los más susceptibles de estar contaminados. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), «donde hace calor y hay humedad, una sola bacteria puede multiplicarse hasta alcanzar los 17 millones de organismos infecciosos en apenas ocho horas». Y lo que es más importante: los virus y bacterias van instalándose en las manos, aunque la suciedad no sea visible. Y, a lo largo del día, a medida que las manos de uno entran en contacto con todo ello, se adquieren multitud de gérmenes, incluso a través de un educado apretón de manos.

Lugar de trabajo con patógenos

Lo mismo sucede en el lugar de trabajo. Los microorganismos se concentran en las mesas de los empleados y en las áreas comunes (cafetería, recepción, etc.) y donde hay botones o material que pasa por distintas manos.

En 2007, un grupo de microbiólogos de la Universidad de Arizona (EE.UU.) publicaron un estudio en el que señalaban que una mesa de oficina puede hospedar 400 bacterias más que un inodoro y 100 más que una mesa de cocina, si se tienen en cuenta los teléfonos, los teclados y el ratón del ordenador o el móvil, entre otros.

Incluso algunos virus pueden sobrevivir en superficies inanimadas hasta 20 minutos. Así pues, en época de enfermedades como la gripe, los resfriados o los procesos digestivos, una buena o mala higiene en el lugar de trabajo es determinante para la transmisión y los contagios.

Hogar contaminado

Sin embargo, en casa uno tampoco está exento de gérmenes. Los hogares dan cobijo a miles de virus y bacterias en los teléfonos, los trapos y estropajos y utensilios y superficies de la cocina, interruptores, mandos a distancia, teclado y ratón del ordenador, entre otros.

En el cuarto de baño no se salva ni el cepillo de dientes. En 2014, un trabajo científico llevado a cabo por investigadores de la Universidad de San Diego (EE.UU.), publicado por Applied and Environmental Microbiology de la Asociación Americana de Microbiología, ponía de manifiesto que la primera culpable de la dispersión bacteriana en esta estancia era descargar la cisterna sin cerrar la tapa, ya que dispersa las bacterias fecales por doquier: suelo, bañera y encimera.

Dinero repleto de patógenos y otras sustancias

Diversos estudios han puesto de manifiesto lo realmente contaminado que puede estar el dinero y las tarjetas de crédito que se llevan en bolsillos y carteras.

Un estudio realizado por la Universidad de Nueva York señalaba que en las monedas y billetes de un dólar de circulación habitual se habían encontrado cerca de 3.000 tipos de patógenos, como Staphylococcus aureus y E. coli, además de trazas de orina y de distintas drogas, como cocaína y heroína.

También la Universidad Queen Mary de Londres (Reino Unido) aseguraba en una investigación que los billetes que circulan por la zona del euro cuentan con una media de 26.000 bacterias distintas, y un 6% de ellos, con rastros de contaminación fecal incluyendo bacterias como E. coli.

En 2002, un trabajo científico publicado en Southern Medical Journal ya apuntaba que más del 80% del dinero de uso habitual contiene microorganismos que podrían ser dañinos para personas con el sistema inmunológico deprimido.

 

El lavado de manos: imprescindible

La evidencia científica ha demostrado en multitud de ocasiones que lavarse las manos, una medida sencilla y barata, puede contribuir a reducir las infecciones de forma significativa. A pesar de ello, la higiene de las manos, tanto en el hogar o en el lugar de trabajo, se realiza menos de lo que cabría esperar. Pero, ¿cómo se hace de forma correcta el lavado de manos?

Es fundamental no saltearse ningún paso, insisten desde la plataforma lavadodemanos, puesto que hacerlo superficialmente, demasiado rápido o sin jabón puede dejar muchas zonas contaminadas y tener la sensación de limpieza, aunque no sea real. De hecho, más que por la calidad o las propiedades del jabón, un mal lavado es debido a la rapidez con que se efectúa.

Para una correcta higiene de manos hay que mojarse las manos con agua y aplicar un poco de jabón, con el que se enjabonará y frotará toda la superficie: palmas, dorso, entre dedos y muñecas. Si es preciso, se utilizará un cepillo para las uñas. Después, hay que enjuagarse con abundante agua. Hasta aquí, el lavado debería durar como mínimo un minuto. Por último, pero no menos importante, hay que proceder al secado minucioso, ya sea con una toalla limpia, un papel desechable o un secador de aire hasta que queden bien secas.

Aunque los jabones no tengan efecto antimicrobiano, el simple lavado de manos elimina desechos orgánicos e inorgánicos de toda la superficie de la piel por arrastre, lo que reduce su carga bacteriana de manera significativa.

Pese a que no hay un patrón establecidos de cuántas veces habría que realizar la higiene de manos, sí que hay determinadas ocasiones en las que se hace imprescindible. Es importante lavarse antes de tocar a un bebé, preparar alimentos, comer o poner la mesa, lavarse los dientes, tocarse las mucosas o visitar a un enfermo. Y, después de sonarse, estornudar, toser o tocarse los ojos, de manipular la basura, tocar los animales y sus excrementos, jugar o regresar de la calle, tocar objetos o superficies de uso público -como dinero, barandillas, ordenadores y acudir a hospitales, escuelas, cines, bares-, visitar a una persona enferma y tocar alimentos, sobre todo si son crudos.

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